En este circo no hay monos, sólo
fieras, así rezaba un cartel puesto por el barrio San Salvador junto a su
carroza, este 24 de diciembre, día de las parrandas remedianas. Quizás se
refería al empuje arrasador que mostró dicho bando en las fiestas. La entrada
de las cinco de la tarde estuvo dedicada a Jesús María Valdés (Piti) un
integrante de la directiva fallecido hará seis meses. Los morteros lanzaron
primeramente fotos con el homenajeado, así como suvenires alusivos a la
tradición. Después vino el fuego interminable.
Realmente el ser humano parece una
fiera cuando suceden estos episodios de guerra barriotera, no extraña que en
siglo XIX un gobernante de la villa intentara prohibir la celebración. El
barrio El Carmen no se quedó detrás y su saludo por poco arrasa con los añejos
y endebles tejados de las casas. Peculiar forma de cortesía que incluye el uso
de armas mortíferas como morteros, petardos y otras bombas. Realmente resulta
difícil definir al ganador de estas fiestas.
Adentrarse en esos momentos de
guerra, cuando no cuentan leyes y el fuego cual dios implacable posee los
ebrios cuerpos de los remedianos. Momentos de lucha, sólo se escuchan
improperios, retos, amenazas. Es fácil ofender en tales contextos, pues las barreras
caen y los formalismos dejan de funcionar. La sociedad se invierte y el bufón
es rey por apenas unas horas. Así llega la madrugada con la nochebuena en
ebullición, ya las navidades no son lo que solían, sino un enfrentamiento
ciego, descarnado, cruel. Las parrandas parecen menos una fiesta que una guerra
verdadera. Como esas escaramuzas campestres de la Italia medieval, cuando los
pequeños pueblos dirimían las disputas ganaderas o agrícolas mediante
sometimientos tan contundentes como despiadadados. Pues al día siguiente en
Remedios siempre hay un barrio que manda, un bravucón que a ritmo de tumbadora
recorre las calles con su bandera teñida de pólvora, quemada en la noche por
los morteros y las bengalas.
¿Gallo o gavilán?, se preguntan todos
cuando llega diciembre, cuando ya se dispone el ring sobre la plaza vieja de la
villa y resuenan los tambores coloniales. La magia, el desafío, tienen su
encanto y ni siquiera los visitantes pueden escapar a las filas de uno u otro
bando. La línea divisoria traza esa frontera infranqueable que sansaríes y
carmelitas respetan como si fuese una reglamentación internacional. Ambas
directivas asumen el reto de guiar a sus fanáticos hacia la victoria y hay un
misterio, un no sé qué de incuestionable belleza. El cuadro parecerá desolador
en la mañana del 25 de diciembre: calles sucias, restos de comida, techos
dañados, quemaduras, arañazos, golpes y enemistades, pero las parrandas son
así. La herencia maldita de esta villa de casi medio milenio de edad, nos
vuelve a bendecir y esperamos el 2013 sin habernos sanado las heridas de la
pasada guerra.
Calles sucias, restos de comida, techos dañados, quemaduras, arañazos, golpes y enemistades. Como se extrana algo tan irreverente como esto lo cual para los parranderos es sumamente reverente. Buen Articulo/
ResponderEliminarGracias Roberto, espero que estas irreverencias se mantengan aún doscientos años más, por el bien de nuestra amada cultura remediana. Un abrazo. M.
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