Una esquina de Caibarién |
Mi
presencia en la televisión local sirvió para dar a conocer determinados puntos
de vista sobre el periodismo cubano a una audiencia quizás mayor o al menos
diferente de la que escucha la radio. Se me interrogó por el impacto que ha
tenido este blog, atribuyéndole una importancia inmerecida; pues no ostenta ni
premios ni reconocimientos. Sólo el raro privilegio de existir, acompañado por
un trabajo más sistemático que en el resto de las bitácoras de esta
ciudad.
Aún no
tengo el video íntegro, pronto visitaré a un señor que grabó parte de mi
intervención desde un equipo DVD en su casa. Sé que di respuestas bastante
provocativas en el buen sentido. O sea propias de una intención manifiesta
hacia el pensamiento creador. El concepto de periodismo que emití se refería a
esa necesidad innata del ser humano por comunicar, basamento de todo desarrollo
que en las sociedades modernas y conectadas devino en centros de poder más
amplios, con necesidades de alcance más universales. Se trata pues del
resultado de un proceso dialéctico e histórico, convertido luego en oficio y
profesión.
De derecha a izquierda, el primer edificio la sede de mi emisora. |
El
periodismo es una herencia grata, imprescindible. Aún aquel mal periodismo nos
reconforta en algún momento y hasta tiene una audiencia fija, fiel al mensaje.
Porque la prensa como depositaria de la información actual más pertinente,
resulta un medio poderoso de dominio y consenso social. La estrategia consiste
en trastocar el dominio en consenso; sin que los dominados se rebelen. Los
grandes medios construyen una agenda y la venden como pública, no abordan
aquello que resulta ajeno al dueño o a intereses
clasistas definidos. Nuestra vía alternativa, la más honesta, se define por el
tratamiento de la agenda social sin cortapisas. No debe estar entre los
objetivos de la prensa cubana el esquive de lo público, mucho menos su
enajenación en ideas elitistas.
Creo
que esas ideas desarrollé en televisión, de una forma más atropellada y con
menos elaboración, por el apremio del tiempo. Dije que mientras más cerca se
estuviese del cubano común y este se sintiese copartícipe de la noticia y
hacedor de la agenda mediática, mejor le iría a los órganos comunitarios donde
trabajamos. De ahí que la buena prensa comunitaria sea la mejor prensa. Aquella
que logra implicar al vecino y establece una cercanía afectiva en la relación
emisor-receptor, donde los papeles llegan incluso a trastocarse y nutrirse
mutuamente.
Esas
trasmisiones en vivo que hace la radio local desde comunidades campesinas son
acontecimientos que cuentan con la participación de miles de personas. El lugar
se transforma en poco tiempo y las gentes recuerdan largamente el día en que el
órgano visitó ese pueblito metido entre las lomas, o expuesto en medio de
amplias llanuras. Ya quisieran las gigantescas cadenas y los medios nacionales
generar esa relación tan cercana con los oyentes. De hecho hay, dentro de
aquellas “grandes” radios, estrategias destinadas a la retroalimentación. Pero
el peso de las distancias dicta la norma participativa. Y cada vez los medios mal
llamados pequeños tendrán la primacía en la noticia.
¿Quién
mejor puede hablar de los problemas del obrero, que un periodista del propio
pueblo cuyos padres trabajen en la fábrica de la esquina? ¿O cuál da coberturas
más certeras sobre la mala pavimentación de la carretera central, el reportero
de la radio capitalina o ese comunicador de provincia que usa a menudo la vía y
por ende la necesita? La información dicta sus pautas de cercanía e implicación
con las fuentes y los hechos. El reto no está en ser local y no disponer de una
audiencia nacional; sino en ofrecer un servicio realmente comunitario, o sea
propio de la agenda pública. La norma de la centralización de la prensa impide
no obstante cumplimentar tal línea de trabajo. Emisoras provinciales se imponen
ante las municipales y territoriales, por la primacía del cargo. Igual sucede
con las que mandan a nivel de país. Así se pierden muchas noticias y peor aún
se emiten enfoques distanciados y fríos, donde la comunidad empalidece o queda
enajenada. Pero si cada órgano tuviera la necesaria autorregulación en cuanto a
rutinas productivas, si se respetara la personalidad de las emisoras y se les
diera el debido espacio en las coberturas; estaríamos ante el cumplimiento de
la máxima de que no hay medios pequeños, sino periodistas pequeños. Hasta
entonces, la imposición de agendas impropias y la repartición de las zonas de
influencia de cada emisora colocan al comunicador de municipio en una especie
de escalón inferior.
Hace
poco conversaba con alguien sobre la fortaleza de las radios comunitarias en un
país de Sudamérica, donde los indios transmitían en sus idiomas y con una
agenda bien definida ejercían el poder de comunicar y tener la primicia en sus
áreas de coberturas. Tal es así que resulta común encontrar que las guerrillas
de dicha nación usan esas ondas hertzianas, para trasmitir mensajes que sí
tienen un impacto directo incluso en las ciudades y centros políticos. El poder
de la comunicación cuando ella misma se autorregula tenderá hacia contenidos y
enfoques eficaces. Lo contrario cuando la directriz es externa y escalonada.
He
querido abordar en este post algunas ideas que di a conocer en la televisión
local, donde obviamente existe la inquietud sobre la importancia de lo que
ellos mismos hacen. La trascendencia del mensaje, la fuerza y la convicción que
puede o no generar un medio limitado al alcance de unos pocos kilómetros. Despreciar
este espacio de isla equivaldría a decir que una parte del territorio no
cuenta, que sus habitantes no difieren del resto, o que no hay nada interesante
en esas vidas. Sabemos por principio humano elemental que todo hombre o mujer
son importantes; e incluso imprescindibles llegado el momento.
El logo de la CMHS, no es perfecto pero funciona. |
No hay
comunicación más fuerte que la comunitaria porque somos seres en comunidad, ya
sea local o nacional. El país debe aspirar a lo comunitario en su totalidad, y
ello se da con más participación en el consenso, y mayor implicación en las
agendas mediáticas. Los órganos capitalinos en el fondo envidiarían el
potencial y la facilidad con que un locutor de Caibarién llega al corazón de su
oyente. La cercanía hace que se respire más fuerte el aire de la tribu. Y esa
aldea que es el mundo tenderá con más fuerza a privilegiar lo diverso
universalizado. Vamos hacia la autorregulación de los medios de prensa y
debemos prepararnos para el reto, pronto el protagonismo recaerá sobre aquel
reportero que anda el campo en su bicicleta, o el que escribe en su blog sobre
problemas del centro histórico de la ciudad provinciana en que vive.
Veo un
futuro lleno de enfoques e ideas donde cada quien tendrá el espacio que sepa
ganarse, sin que una mano reguladora reparta papeles y privilegios por el
baladí hecho de la geografía. Una generación repleta de ganas de hacer,
consciente de su poder, llega a las radios comunitarias con el firme propósito
de trabajar para bien de su trozo de isla. Esperemos que la era de esos cambios
se acerque. Por mi parte acepté intervenir en la televisión local, en la noche
del 14 de marzo, día de la prensa cubana. Una necesidad ancestral me arrastró
hasta las cámaras, un anhelo parecido a redobles de danzas antiguas y
oscuridades de tribu.
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