Soy de
esos que usualmente se pierden la casi totalidad del campeonato de pelota;
disfruto más de los encuentros cerrados, donde los equipos luchan su
clasificación en topes de muerte súbita. No vi el partido entre los equipos de
Villa Clara y Matanzas, célebre por los sucesos de violencia física entre jugadores
en pleno terreno y a gradas repletas. La televisión trasmitió dicho choque de
mal gusto, y dio cuenta de una serie posterior de programas de debate acerca
del uso del lenguaje duro y la opción agresiva en el devenir de nuestra
sociedad actual.
En
primer punto, creo que el atropello entre colegas del deporte respondió a una
escalada que por ignorada llegó a su momento cumbre. Fue peligroso fomentar una
enemistad entre ambos conjuntos a partir de la posición personal de individuos,
y de la consabida repartición de influencias entre determinados jerarcas (¿por
qué no llamarlos así?) del béisbol. Antivalores
como la prepotencia y la imposición de reglas arbitrarias e inestables,
generaron el clima perfecto para un estado de ingobernabilidad en la pelota
cubana de este momento. La fórmula ahora mismo, lejos de favorecer la paz y
reprimir la escalada violenta, tiende al perpetuamiento de una conducta que
amenaza con males mayores en este u otros campeonatos. Tal pareciera que las
medidas impuestas a los protagonistas del suceso se dirigen punitivamente
contra los hombres, y no a mitigar el mal ejemplo y la idea pésima, que no son
patrimonio exclusivo de ese grupito de peloteros impedidos de jugar en la
serie.
El
saldo del enfrentamiento resulta favorable a Matanzas mientras Villa Clara ve
comprometido el mantenimiento de su cetro de campeón. Una fórmula que debiera
estudiarse a fondo en el contexto deportivo actual, donde agentes externos hace
rato regulan la presencia de Víctor Mesa como un ente supra, omnipresente, de
autoridad sin límite, incuestionada. Debiera revisarse el código de ética que
rige la actitud de los profesionales de esa rama para Cuba, porque creo que
tanto favoritismo ha roto las reglas; y eso precisamente fue lo que pasó en aquel
estadio: un juego devenido en batalla campal, sin reglas de ningún tipo.
Considero que el gueto de los narradores deportivos sigue actuando mal, en pro
no sé de qué prebendas. No hay mayor mérito para un periodista que la veracidad
y el enfoque ético de los contenidos que promueve. Habría que preguntarle a
Julia Osendi si en la escuela que ella estudió se enseña la parcialidad como
una especialización profesional. Esa sería la única justificación lógica de un
accionar desproporcionado, ido de tono, desprestigiado en sí mismo y, ojo, con
un impacto muy negativo en la formación espiritual de la audiencia. Todo
mensaje es decodificado y asumido, no se queda en la pasividad del
recibimiento. Y en cualquier comunicación cuentan más las intenciones que los
contenidos, pues estos últimos hasta se construyen. Julia fungió, junto a otros
tantos, como la arquitecta desde el periodismo del estado de ingobernabilidad
de la pelota cubana. Ni siquiera un comunicador de provincia, trabajadores cuya
parcialidad deportiva se justifica, tendría la prepotencia de calificar de
justo lo injusto; mucho menos el apañamiento de verdaderos responsables.
Sin
pasar a la violencia física extrema (como fue el caso de la batalla entre
cocodrilos y leopardos), Víctor Mesa, el Benjamín, sí que perpetra actos
prepotentes, invasivos de las reglas del deporte y la sociedad cubana. Ello con
la tibieza de los narradores, o el aplauso mefistofélico de Julia Osendi. Quisiera
pensar que ella compromete su práctica periodística por alguna razón humana
(desconocimiento, mediocridad, poca sagacidad, miedo a la verdad, flojera
profesional) y no a causa de intereses ajenos y perjudiciales a los códigos de
limpieza noticiosa asumidos por nuestra prensa, y que heredamos de José Martí.
¿Apoya Julia el concepto de utilidad de la virtud? En mi opinión ahora mismo
ello resulta indefendible e indemostrable para alguien que se declara pro
Víctor a los cuatro vientos, un director que podrá ser todo menos ejemplo.
Y
callar ante tan mala práctica equivale al asentimiento, y eso aprecio en el
resto del gueto de comentaristas nacionales de pelota. No bastó con la Mesa Redonda contra
la violencia, ni que saliera un sicólogo diciendo que es malo repartir golpes.
Cuando se quiere erradicar un ejemplo, debe estudiarse a fondo dónde flotan las
ideas que lo sostienen y luego la labor de zapa tendrá efecto. La tendencia al
golpe y el grito, a la grosería, pasa por una programación televisiva que
durante años privilegió lo peor del cine de acción norteamericano (¡gracias
multivisión, por darnos algo de lo mejor de las pelis de USA y el resto del
mundo!); por el reguetón que ahora prende como la varicela; por la no
eficiencia de asignaturas que o se abolieron o se imparten mal; por el no hacer
un trabajo más humano y cercano hacia la familia y sus valores; por la rareza
de salarios dignos que sostengan en alto las frentes de trabajadores y
profesionales honestos, y el perjuicio espiritual que ello significa para los
jóvenes y generaciones en formación en general. Y un largo etcétera (no soy
sociólogo).
Carlos
Marx no se equivocó en su relación base-superestructura. Quizás allí hallemos
toda la explicación a la batalla campal de la pelota cubana. Lastimoso que la
prensa, hecha para generar lo positivo, o calle o prenda fuego a una mecha que
no lo duden, volverá a estallar. Quién sabe si con más fuerza. Esperemos que
Julia Osendi no necesite de un congreso de la UPEC para ella sola y pueda entender que el
periodismo es un servicio público, que los medios en Cuba constituyen una
propiedad social e implican una responsabilidad mayor. Ojalá comprenda que los
comunicadores honestos debemos estudiar lo justo y moverlo en la arena social. Hablamos, grabamos, fotografiamos, escribimos
para millones que no tienen ese privilegio. Malbaratarlo no sólo constituye un
desvío grave, sino una desestabilización del pacto que defendemos. Que la
prensa siga siendo poder, pero que sea siempre el poder de la mayoría.
La
serie nacional de pelota me deprime porque resulta muy parecida a aquello que
quisiera eliminar de mi país. Lo peor es el continuismo que apoya esas lacras,
reflejo en la prensa y las estructuras de la corrosión que nos impide avanzar.
Julia y el gueto de los comentaristas representan en el periodismo, el mal
ejemplo del triunfo personal por encima de la responsabilidad social del
comunicador. Ni el mejor baño de academia recupera a un neófito como yo del
defraude y la apatía que generan esos “paradigmas” de la televisión y la radio
cubanos. Creo que muchos que nos iniciamos en el asunto profesional haríamos
bien en ponerle mute a la pantalla, o no mirar más un deporte donde el boxeo
callejero y la mala palabra dejan su huella. Y lamento reconocerlo, pero… ¡qué
huella!
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