Recientemente
ideé hacer un reportaje radial sobre la mala labor de la editora Capiro de la
ciudad de Santa Clara. Claro que el género, investigativo de por sí, era el
único capaz de soportar la marea de mensajes crudos, ríspidos que el tema
amerita. Abandoné el proyecto no bien percibí la imposibilidad de acceder a
fuentes esenciales, las cuales se reservan información vital y comprometedora.
No se trata tampoco de una renuncia total, pues el problema volverá a mi agenda
periodística en un futuro quizás no muy lejano, ¿quién sabe?
En este
post abordo desde afuera lo que como escritor he sufrido, a consecuencia de la
labor favoritista de quienes debieran zapatear la provincia en pro de un
desarrollo de las letras. Desde años atrás las editoras de ese tipo surgieron
para que los noveles letrados tuviesen una manera de iniciarse en ese escaño
necesario de la publicación. Mecanismo que en el crecimiento intelectual
resulta vital. Un autor corrige líneas y maneja estilos, cuando percibe que el
lector no es pasivo, sino que actúa como cohacedor de la obra en cuestión. Pero el adueñamiento de la oportunidad de
publicar, su manipulación por grupúsculos locales, dieron paso al despreciable
sobrenombre de “Mafia Capiro”, calificativo que a veces se acorta ante la
magnitud de lo allí sucedido.
Falla
el sistema editorial y por ende el de promoción, ya que no se pueden divulgar
contenidos que no existen o que no reúnen los requisitos para considerarse
literatura. Los estantes fenecen con
libelos de poco calado, reservorios de polvo que el lector obvia. Temas
retomados hasta la saciedad, en estilos moribundos, copiados de quién sabe
quién. Quizás haya casos de autores prometedores, pero el poco consumo dicta
que son pocos. Considero que Capiro se excedió en su carácter endógeno, que se
autoencerró demasiado en esos cubículos estancos de la literatura
santaclareña. Parece que el submundo del
arte asumiera los ribetes de una oscura organización, quizás la Hermandad orwelliana de
“1984”.
Conozco
al Premio La Gaceta
en cuento de este año, un joven llamado Julio César Castellón, del municipio de
Quemado de Güines. Su obra apenas comienza, pues egresó del último curso del
Centro Onelio de Formación Literaria el año pasado. Sin embargo tuvo el talento
suficiente para ganarles a grandes figuras de las letras, con uno de sus textos
primerizos. ¿Cuánta no será la potencialidad de este muchacho? ¿Qué fuerza no
tendrá en el estilo, qué maravilla podría escribir? ¿Cuánto no sería capaz de
hacer dicho autor, si tan sólo lo reconocemos y lo estimulamos un poquito? Pero
Santa Clara y su flamante editorial ni siquiera averiguaron quién es Julio;
simplemente el chico no existe. Ni una mención, ni un simple “bienvenido”
mereció el brillante y bisoño autor del cuento “Ojo con las paredes húmedas”.
Todo lo
contrario ocurre cuando alguien del gremiecillo santaclareño obtiene el lauro. Así,
el escritor de ciencia ficción Claudio Castillo, muy conocido entre sus
contertulios de las tertulias pilongas; apenas mereció un colateral del mismo
Premio La Gaceta
de este año. Ello sirvió para que el sistema de promoción se movilizara, y ya esté en la imprenta algún folleto sobre
marcianos. Tenemos que lastrar ese provincianismo barato que contrapesa nuestra
cultura hacia vericuetos antiartísticos. No sólo anda mal en Cuba la televisión
y las propuestas radiales, la literatura hace rato luce una testa huera,
maquillada con efectos de lo peor. Sus afeites se muestran impostados e
importados, dejó de pasearse única en el contexto de las letras mundiales. Tan
provinciana, tan vetusta y aburrida; apenas cuenta en el terreno de una sabia crítica
internacional, que la obvia.
Se
persigue que jóvenes talentosos como Julio César se den por vencidos, dejen de
escribir y vayan de meseros al turismo de sol y playa. Mientras, la Editora Mafia Capiro
reparte sus cupos de pasaje directo al parnaso de los poetas y los narradores
“de vanguardia”. La invisible Hermandad sólo extiende sus tentáculos cuando uno
de los suyos lo requiere, de lo contrario sus efectos ni se dejan sentir. Tan
kafkiana, comete el arcano misterio de carecer de un local, de una visibilidad
como institución. Sólo aquellos elegidos podrán conocer la naturaleza del “Castillo”, edificio cerrado a los simples
agrimensores de la literatura. A veces creo que ellos mismos, los editores, a
falta de literatura real en sus prensas, quieren convertirse en personajes, en
tramas y funcionar como la mejor de las historias tremebundas. Al menos así
justificarían tanto papel malgastado.
La otra
parte viene cuando se publican textos de autores consagrados, quienes la
mayoría de las veces ni siquiera viven en la provincia. Claro, el prestigio hay
que buscarlo afuera, ya que no se supo zapatear y promover desde lo endógeno.
Pero resultan muy sospechosas esas publicaciones, demasiado reveladores unos
lazos entre los apoderados de aquí y los de acullá. Y me da mala cosa que
pensar. Capiro parece guiarse por un manual para locos de capirote. Pero sólo
en apariencia, pues buenos jugos arroja un manejo a luces visto que carece de
freno. Lo guía una lógica de élite, pero no cultural, sino contracultural en el
mal sentido. El efecto se deja ver hasta en el fallido encuadernamiento, con
cubiertas de diseño simplista y seudo-todo. Aparentando una sapiencia de paja y
gofio.
Uno de
los géneros más publicados por Capiro es la poesía, tipo de composición a la
que respeto por su mensaje complejo y elaborado. Si el cuento muestra un
universo construido desde lo cerebral y la lógica, el verso debe lograr el
mismo efecto desde la libertad incoherente. Pero los tertulianos asumen el
ropaje de hacedores de líneas, con o sin rimas; luego llenan los estantes de
esa papelería sin meta. Obvio, muchos cobramos muy poco para enflaquecer el
bolsillo en la adquisición de paja editorial. Una feria de las letras no
privilegia el fiambre, como sí es el caso de una feria agropecuaria. Sin
embargo prima el pensamiento cuantitativo de la segunda, y enrarece el fortunio
de una real literatura.
El
estanco de Capiro ya resulta demasiado, y ahoga a una provincia como Villa
Clara, potencia literaria, repleta de talentos que surgen cada año. Alguna
medida deberá frenar la invisibilidad del Castillo y hacerlo accesible a
agrimensores y lectores. Hora de que las historias tremebundas abandonen su
flagelo en este mundo, y pasen a su tradicional universo ficticio. Mientras así
no sea, los editores negarán la entrada a valiosos jóvenes que trabajan a base
de una honestidad rara entre la fauna contracultural que nos rodea. Unos dejan
de escribir y siguen respirando, se van al turismo de sol y playa y viven sin
su sueño primero. Otros abandonan a la vez la vida y la escritura, pues
escribir es su aliento. La
Mafia Capiro, invisible como el Imperio Invisible, sólo
premia ahora mismo a sus clones y garantiza así la camada del mañana.
La literatura en general me gusta mucho mas alla de acerca de que país sea. Por eso soy de viajar buscando la posibilidad de conseguir nuevos libros de distintos origenes. Por eso quisiera conseguir promociones en pasajes para llegar de forma económica a otro lugar
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