Uno de mis escritos más geniales es el
relato “T”, que dice así:
T.
Su composición demoró diez años. Recuerdo
con cuánta pasión hice los dos trazos (vertical y horizontal) que forman el
corpus del texto. Luego estuve meses obnubilado, contemplando místicamente el
fruto de mis esfuerzos, antes de proseguir con el resto de mi ópera prima: el libro de relatos “Alfabeto”.
Así pasé brillantemente de la C
a la K, incluso de la J a la Ch. Experimentos
que dejaron sin palabras a los críticos. El sublime colofón de la obra maestra,
“Z”, lo dicté desde la cama, paralizado por la artritis general que me
provocaron tantos meses de intenso trabajo. Aunque en el estudio comparativo
“ABCD, una aproximación semiótica al pez morsa” de P.Z. Morse, se critica la
forma excesivamente oblicua del trazo de la Z, alegando un interés manierista por reflejar el
conflicto interno de los calzoncillos blancos del Tíbet.
El siguiente proyecto se llamó “Signos de
puntuación” y fue rechazado por el lingüista A. Embud, quien me acusó de
plagiar su obra “Glug o la onomatopeya del embudo”, que contiene un acápite
sobre el Período Azul del Punto y Coma, al que yo apenas hago referencia en el
pasaje “El irracional vómito añil de la pausa semilarga”. El asunto se llevó
ante los tribunales, donde el juez E.P.D. Matius nos mandó a dibujar a cada
uno, un punto y coma azul, luego se reunió con el jurado para ver cuál de las
dos pinturas captaba mejor el aura empirista de su muela cariada. Durante la
última sesión del juicio, el jurado declaró que no se podría dar un veredicto,
hasta que el juez definiera, a priori, si la naturaleza del Ser era cognoscible
para su perro salchicha.
La polémica suscitó opiniones enconadas,
unos eran partidarios de la forma ligeramente inclinada de mi punto y coma,
otros defendían la rectitud del trazo de A. Embud. Los Rectos y los Inclinados
formaron sus respectivos partidos políticos y fueron a elecciones. Las dos
campañas se basaban en “el peligro que significaría para los valores de la sociedad,
la proliferación de la forma incorrecta de trazar el punto y coma”. Los mítines
públicos acababan en riñas sangrientas, donde los miembros de un bando
intentaban tatuar su visión particular del punto y coma en la piel de sus
enemigos. El día del escrutinio electoral, los votantes acudieron disciplinados
a las urnas, sólo se escucharon algunas explosiones y disparos en la región
limítrofe de la ciudad entre el territorio recto y el inclinado. Ante el
evidente empate, ambos partidos se acusaron de fraude y comenzó la guerra
civil. Hubo miles de muertos, el resto de las naciones, conmovidas, se
reunieron para buscar una solución pacífica al conflicto caligráfico.
En el debate internacional, un grupo de
países izquierdistas se declaró repentinamente partidario de los inclinados,
alegando que los rectos querían imponer su visión recta de la democracia,
cuando eran los primeros en violar tal rectitud. Ipso facto, el embajador de un
país de derecha acusó a los inclinados de faltar a los principios internacionales,
recogidos en la
Declaración Universal: “Todos los hombres son creados iguales
en rectitud”. Las discusiones subieron
de tono, con peligro de guerra nuclear, así que la reunión se disolvió sin
llegar a un acuerdo.
El territorio nacional quedaba dividido en
dos países opuestos en esencia: los inclinados asumieron como Carta Magna mi
libro “Signos de puntuación” y los rectos, el ensayo “Glug o la onomatopeya del
embudo” de A. Embud. A esas alturas, yo y Embud no sólo éramos amigos, sino que
decidimos respetar nuestras visiones caligráficas contrapuestas y escribir la
autobiografía a cuatro manos “Embudo y trazo inclinado, una visión paradójica
de las cebras hawaianas”. Dicha obra se convirtió en el Best seller de un
tercer grupo mundial, que se decía alternativo ante los dos grandes bloques de
naciones ya por entonces contrapuestas (inclinados y rectos): los sinuosos.
Así que decidí continuar escribiendo el
resto de mis magnas obras.
En el ensayo fenomenológico y
cuasiholístico “Márgenes y Sangrías” evidencié una inquietud inédita por las
proporciones divinas de la hoja de escribir. Según el semiótico kosovar Yoán
Bach E., “la obra marca un punto de giro en la literatura contemporánea, pues
demuestra el parentesco genético entre Hegel y los cantantes de rap maniqueos”.
Un primer tomo está dedicado al margen, su esencia conceptual, los límites de
su conocimiento. Luego de un último capítulo “Margen, ética y chorizos”, coloco
en el epílogo el sumun teórico del libro: setecientas tesis filosóficas sobre el
uso del margen en los rollos del papel sanitario. En su análisis moral del té
asiático, el genio chino de doce años G.Young cree ver en la milenaria
antología poética “Al margen de toda lógica”, un antecedente de mi visión del
universo. Seguramente obvió la salida del segundo tomo dedicado a la sangría,
donde desmiento cada una de las setecientas tesis antes enunciadas, y
establezco un imperativo categórico que a la vez las resume y las reafirma como
ciertas.
Mientras impartía una conferencia en la
universidad sobre “Márgenes y Sangrías”, se produjo un debate entre los
estudiantes acerca del carácter kantiano del diseño de la cubierta del libro.
Quise decirles que en realidad el diseño era spinoziano, con pespuntes
presocráticos, pero ellos no me dejaban hablar, se interrumpían, insultándose
caóticamente en lengua copta. La discusión terminó cuando anuncié que mi
próxima obra versaría sobre la cubierta.
“Cubierta” es un libro sin precedentes y,
aunque sólo está compuesto por la cubierta, su escritura me dejó exhausto. Esta
vez nadie se atrevió a cuestionar mi originalidad. Sólo P.Z. Morse intentó un
fallido ensayo sobre lo intertextual de “Cubierta” con las servilletas usadas:
“Los peces morsas voladores y los paratextos incendiarios”. Por entonces surgió
un grupo de místicos que se negaban a comer mamut y leían incesantemente mis
escritos. En una de las cartas que recibí de esa gente, se describían como
seres andróginos, conocedores del secreto de la anguila naranja.
El juez que atendió la disputa entre Embud
y yo, había logrado que la naturaleza del Ser fuera cognoscible para su perro
salchicha. Estaba en condiciones de dar el veredicto tan largamente esperado
como solución al conflicto entre rectos e inclinados. La noticia creó revuelo,
los ejércitos se movilizaron en las fronteras, los profetas anunciaron la paz
perpetua y la leche agria. El día pactado, seguidores de una y otra postura se
colocaron a ambos lados del juez, sacándose la lengua a cada rato. A los
sinuosos no los dejaron entrar, y estuvieron toda la sesión desinformados,
lanzando ladrillos contras las policías recta e inclinada, fumando marihuana y
tocando guitarra. Yo y Embud también acudimos al juicio, pero nuestro caso
parecía olvidado, todo se dirimía entre inclinados y rectos. Cuando el juez
anunció que tanto unos como otros se equivocaban, se armó un gran tiroteo y,
aunque su perro trató de salvarlo, el magistrado de la justicia fue el primero
en caer. Ni siquiera el surgimiento de una cuarta postura pacifista, liderada
por el perro del juez, evitó que estallara la guerra nuclear.
Ya llevo meses viviendo con el grupo de
místicos, desde que se destruyera la civilización. No me han explicado por qué
no comen mamut, ni en qué consiste el secreto de la anguila naranja, pero dicen
que mis obras, conservadas por ellos en medio de la selva, son la única
literatura que se salvó para la posteridad y que sobre la base de esos libros
se levantará el futuro.
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