La
vida, dicen, es un cambio constante, pero llegan períodos monótonos, trabajar
sobre lo mismo, ir a la empresa correspondiente a ver al jefe con cara de jefe.
Sonreír mientras se pregunta por los planes productivos y preparar la minuta
periodística del día. Pero este post no puede versar sobre mis malabares de
encantador de serpientes, ni acerca de esa rara habilidad de sobrevivir la rutina.
Digamos
que hablo de experiencias raras, supongamos que el teclado me traiciona y
aparezcan aquí develados mis miedos más profundos, los secretos de un alma
inesperada. Pongamos por escrito la posibilidad de que un ser totalmente
distinto comience a tomar vida desde las letras del post, transformándose en
alguien paralelo. Como colofón ese individuo es capaz de escribir otra entrada,
en un internet parecido, donde me increpa, llamándome falso.
Pensemos
en ello por un instante, y sabremos por qué resulta absurdo afirmar que
existimos y que otro ser no nos sueña. El mundo como ilusión, como imagen. Algo
totalmente lógico si miramos la ilógica monotonía, que resta sentido a nuestras
vidas. El ser paralelo, auténtico, vivo, se levanta desde su ordenador y me
dice: “mírate, no eres más que mi mala copia, una pésima creación literaria”.
La vida
rara del periodista que va grabadora en mano, buscando una noticia que no es
tal, el sospechoso catarro de fin de año que parece programado desde el mejor
ordenador, la anciana obscena que pensaba decente y de pronto en un robótico
cambio me ofrece sexo… Tantas coherencias e incoherencias me hacen concebir la idea de una mala
historia, de un aborto de ficción, tejido desde plataformas digitales, por
blogueros reales. Ello me convierte en una triste cajita china.
Desde
mi cajita china, frente a una computadora vietnamita, intento sentir la
presencia de mi ser, dejando inútilmente los rastros de una vida a todas luces
inventada. Sintiéndome un software solitario. Voy a dedicarme este post
mientras no se me quita un catarro a
todas luces programado. Pienso en mi vida como una burbuja diseñada en códigos
binarios, a punto de estallar, para convertirse en otra aplicación.
Sintiéndome
un solitario muchacho software, me quedo escribiendo, sin esperanzas, mientras
del otro lado alguien del mundo real desconecta el ordenador y dice que no
valió la pena.
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