A clau, mi muchachita de las tardes junto al Sena
El
reloj del salón marcó la hora al revés y todo cambió de aspecto, luego
resonaron varios toques de campana en el exterior y al asomarme a la ventana,
noté la gran esfera del Big Ben londinense sobresaliendo entre los tejados.
Frente a mí, ese sillón cubano de visos coloniales se transformó en una butaca
inglesa estilo Thomas Chippendale, desde la que me sonreía un indio taíno con
cara de lord tropical. Sin saber qué decir, me dirigí en inglés a aquella caricatura
de gentleman.
Excuseme, sir. Who are you and what are you doing
here?
Háblame en cubano, que nací en Gibara, en
el mismo centro de Oriente, donde no faltaban el café y la guitarra guajira. Y
más bien debería ser yo quien indague quién eres y qué haces en la sala de mi
casa, pero como estoy habituado ya a visitas imprevistas y hasta registros y
violaciones de morada…
¿Qué
quiere decir?
Que no me importa si es usted uno de los
muchos que penetran en mi casa a escondidas, para robar mis escritos o colocar
micrófonos. Llevo tantos años viviendo esas cosas, que no serías sino otra raya
para mí: Guillermo Cabrera Infante, el tigre alegre de la literatura cubana.
Sin
saber cómo pasé del salón de mi casa a ese extraño lugar, sentí la necesidad más
rara aún de aprovechar aquella brecha mágica, sueño o alucinación, ruptura de
la realidad espacio-temporal, que me regalaban los dioses. Tenía delante,
inexplicablemente, a uno de mis ídolos de la narrativa y el periodismo cubanos
del siglo XX.
¿Qué
quiere decir con que usted es un tigre alegre?
Se trata de un juego de palabras y un guiño
a mi mejor novela según la crítica, aunque prefiero La Habana para un Infante
Difunto, donde explayo todo el significado de mi juventud habanera y gozona.
Allí hablo de cómo la ciudad me fue pariendo poco a poco, hasta que me volví lo
que soy: una extensión de ella, desde aquí, en la sombría Londres, sin sol ni
mulatas.
Fue en
1941, la capital era, según relata Lino Novás Calvo en uno de sus reportajes,
un hervidero de falsas oportunidades y un nido de miserables.
El Calvito siempre dijo muchas cosas, sobre
todo de mí, cuando se enfureció porque parodié su estilo en un capítulo de Tres
Tristes Tigres titulado La muerte de Trostky según varios escritores cubanos,
cosa que también hice con Martí y Lezama entre otros. La verdad, tengo
recuerdos muy gratos de esa Habana. Me importaba un bledo el estudio. Yo andaba
por ahí, jugando pelota y mirando las chicas. La motivación por la literatura
vino por un profesor de la
High School con un vozarrón, que cierta vez narró la historia
de un hombre que sale por muchos años de su casa y al regresar sólo lo reconoce
su perro. Soy un fanático de los perros, así que busqué el libro, que resultó
ser la Odisea. Y
me quedé lelo, hasta hoy, no me canso de releerla. A veces pienso que tengo
algún parecido con Ulises.
¿Por lo
del exilio?
Y por mi gente, mi atmósfera. Desde que
salí del país en 1965, estoy escribiendo acerca de Cuba y de La Habana , pero todo eso es
letra muerta. Narro una ciudad que fue, pero no es ni será. Por eso lo de
Infante Difunto, porque son recuerdos, flashazos nostálgicos a veces demasiado
inventados. Escribo sobre La
Habana para no olvidarla, pero siento que cada día se me
escapa un pedazo de su esencia.
Ese
temor a presenciar otra ciudad, distinta y distante ¿impediría acaso su regreso
a ella?
Ten por cierto algo, aunque de esa Habana
no quede ni un ladrillo, ni una cachada de cigarro, ni una tonada de bolero, yo
seguiría inventándomela. Es algo parecido al París de Casal, ¿conoces la
anécdota?, sus amistades le pagaron un viaje a su adorada Francia y cuando él
iba a cruzar los Pirineos, decidió quedarse en España y retornar a Cuba, para
continuar imaginando un París a su propia medida y no conocer el real, quizás
decepcionante. Claro, que yo sí iría a La Habana , allá tengo vínculos aún, y amistades.
¿Antón
Arrufat es uno de ellos?
Sí, quisiera devolverle la visita. Y
también a Senel Paz. También extraño el vientecito de La Rampa y los traseros de las
mulatas. ¿Al menos eso todavía existe, no? Antón tuvo sus problemas al principio con Los siete contra Tebas, pero
decidió quedarse y ahora es un escritor reconocido. A mí no me
dejarían entrar al país, aunque en mis obras jamás politicé nada, porque mi
ambición se concreta a un ejercicio de la memoria, al rescate del pasado, de la
atmósfera habanera anterior a 1959.
¿Y qué
hay de Mea Cuba?
¿Qué hay con ella? Es una obra que publiqué
en 1993, algunos la tildan de panfletaria. Pero un escritor maldito, obligado
al exilio durante tanto tiempo, tiene el derecho a expresar su resentimiento lo
más fiel y directo posible. Y no me arrepiento de haberla escrito, aunque sé
que ese fue el puntillazo final para quienes no quieren verme de vuelta.
¿Por
qué aparece tan poco la política en la obra de un autor que en la vida pública
hace tanta política?
No hago política, tampoco creo (como
algunos) que la política me haya hecho a mí. Fui víctima de una circunstancia
que pudo ser peor, pues tanto Bruselas como Inglaterra con su democracia
parlamentaria, han sido dos frías siberias. Pero me he vengado y de gusano,
devine en voladora mariposa.
Usted
dice que su obra es un ejercicio de la memoria, pero también se la considera
una catedral del uso creativo del lenguaje ¿cuáles de estas vertientes
prevalecen?
Ninguna de las dos. Uso el habla del
cubano, no el español. Trato de recordar cómo sonaba aquella Habana y de
plasmarla en la escritura. Así que una cosa no va separada de la otra, la
chanza, la jocosidad por ejemplo, vienen dadas por el espíritu del criollo, del
indio que vive en mí. Yo no las inventé.
Me
viene a la mente ahora su minicuento Reglas de Higiene…
Mano, ano, no. Claro, que para jugar con
las palabras hay que tener tacto de escritor. Una palabra para un escritor
siempre será una palabra. Por ejemplo, cuando visité a Novás Calvo en el asilo
de ancianos donde estaba recluido, un lugar horrible, con el olor a orines de
los chochos viejos. Le hablé al senil artista sobre uno de sus cuentos
perdidos: Angusola y sus cuchillos, y él me corrigió: Angusola y los cuchillos.
Todos se sorprendieron con el destello de luz de aquella mente en hibernación,
pero yo no. Las palabras y la memoria son nuestra sustancia, son lo que nos
queda.
¿Y G.
Caín no volverá más, es sólo un personaje burlesco de las páginas de Carteles,
ya enterrado?
No. G. Caín, el gozón crítico de cine de la
revista habanera aún vive, está en mis personajes. Recientemente supe un
episodio de alguien que fue despedido por mirarle los senos a una mujer y dije:
no deberían hacerle nada al pobre hombre, se trata de un esteta. Además, ese
fue el pseudónimo que debí usar en los duros días de Batista.
Antes
comparó su propio exilio con el de Ulises ¿terminarán ambos de igual forma?
Mi Ítaca es más lejana y convulsa que la
griega y, a diferencia de Ulises, allí hay muchos que me recuerdan bien y sé
cuál será su reacción. Acuérdate de lo que dijo Retamar en Estados Unidos en un
programa de televisión: que yo era un escritor reaccionario y que verían si me
publicaban después de muerto. Baso mis esperanzas en una Ítaca más bien soñada,
irrecobrable, viva sólo en la literatura.
Cabrera
Infante paró de hablar y atendió el teléfono. Le habían otorgado el Premio
Cervantes. Se despidió de mí alegando los preparativos interminables que recién
empezarían. Desde entonces, su rostro indígena es una mueca de tigre alegre
cada vez que lo encuentro caminando por Hyde Park. En cuanto a mí, también
empiezo a sentirme como Ulises. No sé cuánto tiempo más estaré viviendo en el
Londres de 1997.
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