1 mar 2013

Dalí posando desnudo ante una amena tertulia en casa de Virgilio Piñera

Dalí disfrazado de Dalí que se quita la ropa a la hora del té; su piel de elefante, de verruga milagrosa y un par de ojos postizos al estilo Tzará. No era Tarde de Walpurgis y a todos acometió un salpullido uranio, surgiéndonos monstruos triglicéridos de tres cabezas que unidas dan la Ninfa. Dalí desnudo, reconocible en los espasmos de flan, en las servilletas y el disfraz de rinoceronte que llevábamos puesto tan bastardos como siempre; y en el suelo, con un monóculo, Piñera I el Absurdo y su máquina blanda, venciéndose la modorra del decenio, automática lanzadera del albedrío. 
Dalí desnudo sin su piel y nosotros como si nada, con tacitas conceptuales, citando a Séneca. A la manera de una muerte surreal. Dalí buscándose en el Diccionario, en la Guía Telefónica, en el Quijote, en los anales de un sanedrín y Piñera como si las nubes fueran palacios de mofetas que diseñan un caballito plástico. Dalí intentando la novela infinita, o la pintura dispersa y los demás concentrándonos en la escritura automática y el canto electroacústico de un cisne falso. Dalí, fracasado, sin su piel, intentándose a sí mismo y el grupo levitando en manos de un gigante de gas mostaza, nombrado Salvador.

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