Dalí disfrazado de Dalí que se quita
la ropa a la hora del té; su piel de elefante, de verruga milagrosa y un par de
ojos postizos al estilo Tzará. No era Tarde de Walpurgis y a todos acometió un
salpullido uranio, surgiéndonos monstruos triglicéridos de tres cabezas que
unidas dan la Ninfa. Dalí
desnudo, reconocible en los espasmos de flan, en las servilletas y el disfraz
de rinoceronte que llevábamos puesto tan bastardos como siempre; y en el suelo,
con un monóculo, Piñera I el Absurdo y su máquina blanda, venciéndose la
modorra del decenio, automática lanzadera del albedrío.
Dalí desnudo sin su
piel y nosotros como si nada, con tacitas conceptuales, citando a Séneca. A la
manera de una muerte surreal. Dalí buscándose en el Diccionario, en la Guía Telefónica ,
en el Quijote, en los anales de un sanedrín y Piñera como si las nubes fueran
palacios de mofetas que diseñan un caballito plástico. Dalí intentando la
novela infinita, o la pintura dispersa y los demás concentrándonos en la
escritura automática y el canto electroacústico de un cisne falso. Dalí,
fracasado, sin su piel, intentándose a sí mismo y el grupo levitando en manos
de un gigante de gas mostaza, nombrado Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Prohibido abandonar el blog sin comentar