1 feb 2013

Mis lectores parecen flores al fin


Mis lectores son a ratos comprensivos, pero de momento se transforman en cisnes sonrientes que expelen fuego por sus fosas nasales. O quizás en criaturas de papel, cuyos colmillos de alacrán se clavan en mi verdad periodística. Yo sólo intento sostener un criterio personal, pues no creo en la Objetividad, sino en un cúmulo de objetividades individuales, falibles y humanas. De ahí parten mis amores por la imagen rara y los amaneceres en Marte, la raíz onanista de unas entradas como rosas crudas, traídas en Navidad, mientras Cortázar en otra dimensión se rasca la nariz.
Entonces pienso demasiado en mi parecido con el joven Rimbaud, despeinado, errabundo, parisiense, borracho. El espejo me devuelve una imagen pálida, de ojos algo tenues y perdidos, pelo como cucarachas kafkianas y piel de gelatina. Me siento así cuando escribo, tomo las riendas de la imagen en una persecución de locuras, donde Isidore Ducasse mide los segundos, los milisegundos…a la puerta del manicomio. Un poeta se comporta como un imbécil entre la grita, sus alas de tonto no le permiten un vuelo real y vive en ese onanismo casual, en un Montmartre o destripando chicas con el filo de una estilográfica.  Mientras, Londres se desespera y el Hombre Elefante muere en un catre maloliente y antiséptico.
Cada blogger marciano  vive su propia torre de marfil, unas veces obscena y otras, misteriosa, según la cohorte de bufones que habiten las testas destetadas de la monarquía Capeto.  Intenté lo objetivo, pero me salió un ser grosero y monstruoso. Porque la salida está en la ciencia de las soluciones imaginarias, en Jarry, en Tzará, en Bretón y sobre todo en el maestro Magritte. La otra ciencia, el rigor, la imparcialidad, nos corroen, llevándonos a senderos poco humanizados. El criterio más profesional jamás conocido será elaborado en el futuro por máquinas superinteligentes, cuando haya desaparecido el Hombre. Para entonces el mundo estará hecho de ciudades desiertas, simulando vida, a la espera de algún espejismo cierto. 
Por eso evito convertirme en un dragón de papel inflamable y traigo siempre un cortafuego portátil. Mis lectores lo entienden y bajan el ritmo de sus aullidos y parecen flores a fin, y están ahí, quietos, listos para ser regados. 
Verlaine hablaba de su primer encuentro con Rimbaud, del niño aflautado que le trastornó el hogar y llevó a la grita burguesa de París sus aleteos de albatros. “Demasiado humano, demasiado loco”. Murmuraría la pervertida juventud femenina, apolillada en sus vestidos de encaje y en las tardes porno, entre vinillos. Yo cuento de mi parecido con Rimbaud y de los tantos Verlaine que he conocido. Digo entre la grita de internet pareceres monstruosos, que son como gritos. Ellos levantan su voz condenatoria y cual mandones piden el derribo de unas alas orgullosas, desafiantes. 
Cada poeta es un albatros que desafía los aires y se burla de los marineros, pero un infeliz entre la chusma de cubierta, una vez cazado. Apuesto entonces por ese vuelo individual, donde me es dable todo insulto. Ellos con sus arpones intentarán la herida y yo cual jardinero, les llamaré dioses, flores, amigos, hermanos. Un blogger es como aquel poeta que a la salida de un café conversó con su doble.
Hablo de mi parecido con Rimbaud, de su vida fugaz, de cómo casi le rompe una vértebra a Verlaine y de su huida a las tierras del cólera y el plátano. Pero no paso por alto que yo también soy aflautado, y por eso me siento en la ebriedad y el sinsentido cuando el espejo me devuelve la imagen pálida de un muchacho de 24, que todos hacen de 17 o 14. Recuerdo aquel festín donde desafiante busqué la pugna y alguien se negó a golpearme pues “yo era un menor de edad”.
No quiero envejecer de pronto, ni justificar mi amor por las entradas juguetonas con una juventud persistente, pero a veces los pelos de punta y el rostro pálido del niño Rimbaud resultan tristes y la gente no siempre se comporta como flores. ¿Lo tendrá usted en cuenta, lector, cuando sienta su ira crecer como dragones de papel de opio? Yo estaré desde acá tecleando una melodía borracha y deformada, a la espera del próximo arponazo, como buen  albatros.


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