Cada
mañana me levanto y tomo la guagua hasta la emisora donde trabajo, la rutina me
lleva luego a internet y las noticias, de ahí a los sectores industriales que
atiendo como periodista. La jornada termina en la tarde, de vuelta en la misma
girón, listo para repetir la rutina al día siguiente. No me extraña que apenas
tenga nada que escribir en mi blog, pero poco importa. Supongo que este es uno
de esos post que adolecen de un tema central, y una lógica. Puedo transformarlo
en un ejercicio de onanismo, físico o intelectual (incluso ambos); o quizás
hacer otro monstruo satírico donde me refiera a la última peluca de Michelle
Obama.
Ya una
vez quise pasarme de gracioso y aparecieron por acá un grupo de locos exigiendo
mis genitales en un plato dorado. Pero por lo menos no hablaré de Pestano y del
posible fracaso de Villa Clara en la pelota. Mejor dejo esto de tener un blog,
pues me he dedicado a ser un bufón, a resolverlo todo con algún chiste burlón.
Empecé por reírme de mi propia estupidez, bicho raro que vuela a la luz hasta
achicharrarse. Terminaré en medio de esa carcajada casaliana, en el banquete de
los amigos ¿De qué hablar? ¿De cómo me quedo callado cuando quisiera gritar? O
de ese deseo que no confieso y es la raíz freudiana de todo ardor.
Soy un
ser enajenado, lo confieso. Me entretengo con una piedra, un pájaro, qué sé yo.
Todo contribuye ya a mi adormecimiento, pues hay un cerebro acostumbrado a
Delfos, que de pronto regresó a los laberintos de Creta. Sólo resta que su masa
informe y fofa vaya a parar a las fauces del minotauro. Para un sicoanalista
tal cosa deviene en la antesala de un tumor en el cráneo o algo parecido. No seré yo quien contradiga a Freud.
La
única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco, todavía. Pero ya
casi repaso los diálogos sin sentido de los rinocerontes y en mi mente resuenan
las notas de La
Cantante Calva. En la primera obra un señor muy humano
termina gritando frente al espejo, mientras el mundo se llena de criaturas
deformes. La segunda pieza constituye un homenaje a las tardes aburridas en que
repaso el vacío de mi vida.
Eugene
Ionesco siempre me atrajo y en su música encuentro los acordes del sentido que
nos falta. Quiero ir también a ese poblado, visitado por una vieja dama, donde
los habitantes se agitan y los secretos dejan de ser. Pero en un pueblo estoy
ya y de los más aislados. Todo soñador es como el viento embotellado: una
porción pura y enajenada del mundo. Hallarme, encontrar ese ser que defina el
onanismo en que navego. Ya todo ejercicio es vano, la mano se cansa, los
párrafos se pierden y yo digo que es hora de dejarlo todo y no aburrirlos más
por hoy. Aquí termina este post ridículo, con una mueca de mi intelecto
retorcido.
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