Por Carlos Ramos
El lenguaje, en su
concepción más general, puede ser entendido como un conjunto sistemático de
signos cuyo uso genera la codificación de mensajes en un proceso comunicativo
interactivo entre emisor y receptor. El lenguaje radiofónico,
en tal sentido, podríamos definirlo como el conjunto de signos que se emplean
para escribir y/o discursar el mensaje radial, incluyendo los recursos sonoros
– y los silencios – utilizados en la elaboración de dicho mensaje.
En los orígenes de
la radio, como medio de difusión masiva para la transmisión de información a un
público lejano y heterogéneo, el lenguaje radial se estructuró básicamente como
discurso que imitaba la expresión de la naturaleza a través del sonido o, más
concretamente, como expresión que imitaba el universo de la palabra-sonido,
muchas veces subordinada a la palabra-escrita. Desde esta perspectiva los
códigos sonoros del joven lenguaje radiofónico no eran sino reproductores de
los viejos códigos del lenguaje verbal. Con el desarrollo tecnológico de la
reproducción sonora, la profesionalización de los realizadores del medio, la
adaptación al nuevo contexto perceptivo-imaginativo,
que determinaba una manera distinta de escuchar el sonido, y
con la certeza de que el mensaje sonoro de la radio podía transformar y
tergiversar la propia naturaleza – a través de la ficción dramática
principalmente – nacieron nuevos códigos, nuevos repertorios de posibilidades
para producir enunciados significantes.
La filosofía
romántica y la escuela idealista estuvieron orientadas a interpretar el
lenguaje como una actividad creadora, al tiempo que otros teóricos de la
comunicación coinciden en entenderlo como un organismo vivo, que evoluciona, se
transforma, se renueva, se adapta a los cambios sociales y a los nuevos
tiempos. En tal sentido, la radio ha de emplear un lenguaje que no suene muy
distante del lenguaje del pueblo, que sea capaz de evolucionar a la par de
éste, que se cuide siempre de caer en el anquilosamiento o de sonar a
"viejo".
A diferencia de la
palabra escrita, la palabra hablada no ofrece la posibilidad de una relectura,
y es por eso que el lenguaje de nuestra radio ha de ser sencillo, directo,
fácil de comprender por el radioyente. Los escritores han de evitar oraciones
subordinadas, así como términos rebuscados, en desuso o aquellos que por su
fonética puedan resultar desagradables o, como prefieren llamar algunos
creadores del medio, "antirradiales". Del mismo modo se han de evitar
las cacofonías, la redundancia y los largos discursos vacíos de los que tanto
gustan algunos locutores nuestros.
El teórico J. Roca-Pons considera que como resultado de la evolución, el
lenguaje es también un instrumento, pero no deja de ser por ello al mismo
tiempo una creación artística, una obra de arte.
Esta máxima ha de preceder siempre cualquier intento de discurso radial y, para
ello, los realizadores del medio hemos de movilizar toda nuestra creatividad e
intelecto en la elaboración de dicho discurso. Sin perder nunca de vista a los
destinatarios, nuestros públicos, sus particularidades e intereses.
Los nuevos códigos y
signos aportados por las nuevas generaciones enriquecen el lenguaje en su más
amplia concepción y deben, con ingenio y mesura, ser incorporados también al
lenguaje de nuestra radio. No solo los nuevos términos, sino la nueva banda
sonora de las sociedades contemporáneas. En el verano del año 2011, la emisora
Radio Progreso transmitió un programa de corte juvenil titulado “A río
revuelto” cuyo diseño sonoro incluía timbres de celulares, efectos creados con
los nuevos programas de edición y hasta el incómodo sonido emitido por el
antivirus Kaspersky ante la detección de una amenaza; todo esto ingeniosamente
empleado en función de la dramaturgia del espacio. Es ese un feliz ejemplo de
renovación en el lenguaje de nuestra radio, un loable empeño por colocar en el
dial una sonoridad que no resulte tan distante del aquí y del ahora. Y es
que precisamente, en un mundo contemporáneo que se mueve a ritmo cada vez más
acelerado, a tono con el desarrollo imparable de las nuevas tecnologías, en
plena era de la Internet
y ante las nuevas posibilidades comunicativas que ofrecen las redes sociales,
nuestra radio ha de preocuparse ahora más que nunca porque su lenguaje no
desentone con las nuevas prácticas socioculturales. Como atinadamente
recomienda Armand Balsebre, es
necesario que el profesional de la radio se acerque al proceso creativo con una
actitud distinta, conjugando equilibradamente la dialéctica forma-contenido,
información semántica-información estética; y en el proceso de aprendizaje de
los códigos del lenguaje radiofónico, si es necesario, discriminando
positivamente una cierta primacía de la forma sobre el contenido.
Ante la competencia
de los nuevos medios, con una sociedad global que se inclina cada vez más a la
frivolidad y el hedonismo, la radio contemporánea está obligada a replantearse
sus discursos, desproveerse de viejas fórmulas y recetas y sumirse en un proceso
de búsqueda que demanda mucho talento y creatividad. No compartimos criterios
apocalípticos en torno a una posible muerte de la radio, pues sabemos que esos
mismos criterios quedaron descartados tras el surgimiento de la televisión,
cuando los más escépticos creyeron que el nuevo medio poseedor de la imagen
desplazaría a su hermano mayor, provisto solamente del sonido, y el tiempo les
negó la razón. Creemos, eso sí, que la radio ha de evolucionar y renovarse a
tono con los tiempos que corren, y apelar a toda la magia de sus recursos para
seguir atrapando a los oyentes. Si bien es cierto que vivimos en una era
marcada por la hegemonía de la visualidad, no es tampoco un secreto que la
radio está en posesión del mayor estímulo que conoce el hombre para los sentidos:
la música, la armonía y el ritmo; y que al mismo tiempo, es capaz de dar una
descripción de la realidad por medio de ruidos y con el más amplio y abstracto
medio de divulgación de que es dueño el hombre: la palabra.
Palabras, sonidos y silencios que ingeniosamente combinados pueden generar
colores, texturas, formas… arrancar lágrimas o risas… crear vida. Es
precisamente a esa capacidad a la que se refieren los viejos realizadores
cuando hablan de la incomprensible “magia de la radio”.
Carlos Ramos: Licenciado en Estudios
Socioculturales por la Universidad Central “Marta Abreu” de las Villas. Cursa
la Maestría en Realización Audiovisual en la Facultad de Arte de los Medios de
Comunicación Audiovisual del ISA. Egresado del Centro de Formación Literaria
“Onelio Jorge Cardoso”. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz en las secciones
de Literatura y Música. Guionista de cine, radio y televisión. Escribe para
espacios dramatizados radiales de la emisora Radio Progreso. Artículos suyos
han sido publicados en el periódico Juventud
Rebelde y en las revistas Clave y
El mar y la montaña.
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