Víctor acaba de recibir el título de Bocaza
Mayor de la Pelota
Cubana , no queda dudas de que ya la corona del “más polémico”
le quedaba estrecha y el tipo sentía la necesidad de traspasar los límites con
una nueva graciecita, en plena trasmisión nacional. ¿La víctima? Un periodista
para variar. No quiero meterme ahora a discutir temas beisboleros, ni perderme
en disquisiciones sobre la naturaleza deportiva de la pregunta que lanzó mi
colega espirituano. Pienso que cualquier interrogante dentro de esta profesión
de comunicador es válida, pues el error forma parte esencial de la dialéctica y
cometer pifias no nos convierte en ineptos, sino todo lo contrario. Pero no es
el caso, creo que la pregunta del periodista estaba en la cuerda y que Víctor
debió tener un poquito más de educación en su respuesta.
Para nadie resulta un secreto el lugar de
privilegio que tiene el susodicho manager dentro del deporte cubano. Solamente
un fool on the Hill (o un oportunista) diría lo contrario. Le han dado todas la
facilidades que ninguno en su mismo puesto ha tenido, conste que en este país
históricamente hubo grandes figuras de la pelota, muchas de ellas con un
recorrido deportivo de mayor calidad y palmarés que Víctor. En cámara (sin ir
al estadio) se notan los desplantes verbales y físicos en contra de cualquiera,
en medio de espectáculos que presencian millones de seres, gran parte de ellos
niños en formación que reciben un pésimo ejemplo. Pero me vuelvo a situar al
inicio de este comentario y regreso al affaire con el periodista en la
televisión. Hago la pregunta esencial, la que ningún fool on the hill ha
formulado (al menos públicamente): ¿qué sería de Víctor Mesa y los demás que
mantienen esta actitud hacia nosotros si existiera una ley de prensa?
Hasta el momento no hay una legislación que
proteja a periodistas polémicos y cuestionadores de la realidad contra aquellos
que desde posturas despóticas nos niegan acceso a las fuentes, o incluso
profieren maltratos verbales, desprecios y hasta amenazas. Una vez dije que de
seguir sin una ley reguladora de las comunicaciones, la prensa cubana iría
quedando cada vez más como una espada de papel frente a los retos de una
sociedad cambiante y problémica. Ya está ahí el acceso libre a internet en
muchos cibercafés, con altos precios, pero con tendencia a abaratarse y ampliar
su impacto en un futuro de servicios domésticos. ¿Seremos competitivos los
periodistas cubanos cuando el pueblo no sólo pueda informarse a su antojo, sino
informar a otros a conveniencia de intereses?
Quienes se empeñan en mantener el actual
limbo legal son los principales responsables de que exista el Síndrome de
Víctor Mesa, o sea el jefe prepotente que se siente intocado y dueño absoluto
de la verdad. Querer taponar la información no sólo genera situaciones penosas,
sino una prensa poco creíble. Por otro lado, es imposible tal cosa, como
también lo resulta tapar el sol con un dedo. Bocaza se ha salido con la suya
hasta el momento, pero no es el único. Otros pequeños bocones pululan por
reuniones y salitas frenando el paso de aquel periodista polémico, quien le
presta al país un estimable servicio, a cambio de un salario convencional. La
investigación en este caso no sólo prestigia profesionalmente, sino que sirve
al bien público. Mucho podría arreglarse en la sociedad a través del periodismo
cuestionador.
Claro, que eso lo saben los bocazas,
empezando por el propio Víctor, que no es ningún fool on the hill. La batalla
por la ley de prensa se está librando en primer lugar contra la presión de los
que piensan como él, escudados en viejas posiciones que antes no sé si
funcionaron (sospecho que no), pero que hoy dañan la causa común: la defensa
del país a través de la verdad y el debate de ideas. Una legislación apropiada
delimitaría nuestro trabajo en correspondencia con las funciones de un medio de
prensa y su compromiso con el bienestar del pueblo. Ello nos daría mayor
soltura y atrevimiento, de lo contrario incluso comentarios como este seguirán
siendo fáciles e indefensos blancos para quienes, como Víctor, sufren el mal de
la prepotencia. En un país donde se conquistó toda la justicia no caben
monopolios de ningún tipo, mucho menos del pensamiento. El periodista estaba en
su mayor derecho de preguntarle al director del equipo de pelota (el escenario
no podía ser más propicio), y yo tengo todas las facultades y me asiste mi
cualidad como ciudadano y el deber de comunicador para escribir estas líneas,
que quizás alguien juzgue irreverentes. Sí así ha sido, estoy orgulloso de
ello, señal de que estoy en la cuerda. Alea jacta est.
cambiéle el fondo al blog que así no hay quien lea nada...
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