Debate
constructivo. Término complicado donde los hay, pues a lo largo de los años se
ha prestado a disímiles interpretaciones. Para los anquilosados se trata de
aquella discusión donde las partes divergen sólo en las ramas y al final
tienden a un falso acuerdo, o sea la unanimidad siempre simulada y coyuntural.
Detrás vendrá la justificación de si no podemos brindarles armas a este o aquel
enemigo, cuando no percibimos que otro contrario más poderoso crece dentro de
nosotros, como un alien: el silencio.
Muchas
son las rutas que toma esa espiral de mutis mediático, pero la preferida por
dirigentes y adláteres ya es lugar común: un teatro repleto donde las manos se
alzan a la vez, dando un voto a favor no siempre discutido a fondo. En un post
publicado por Esteban Morales, destacado analista de la blogosfera, se hablaba
de la corrupción como la verdadera contrarrevolución. Y qué mejor caldo de
cultivo para la fechoría que el silenciamiento del criterio divergente,
cuestionador. Ser disidente, contrario a lo que se ha estipulado, no significa
pertenecer a grupos sin voz, financiados por superpoderes, sino disentir con
orgullo y pasión, fundamento y honestidad. Sólo los cetros reaccionarios
(monárquicos, papistas, fascistoides) han reprimido a lo largo de la evolución
social a aquellos herejes, díscolos de una doctrina inamovible, irreal desde el
punto de vista hegeliano y marxista de la práctica histórica.
En tal
sentido disentir no sólo es positivo, sino necesario. Ello implica una carga moral, ética,
insoslayable. Yo admiro por ejemplo a un Eduardo Chibás que en medio de la
corruptela republicana emitía cada domingo, entre las retumbantes notas del
Himno Invasor, su justo reclamo: “Sean mis primeras palabras para denunciar al
gobierno corrupto de Carlos Prío”. Unos lo llamaban loco, otros, héroe, pero
muchos llenaron de ilusión sus mentes ante la llegada de un país distinto y
diverso, donde la prosperidad económica fuese de la mano del bienestar social.
Extraño
espacios como los de Chibás, donde virulencias aparte, los cubanos expresen sus
puntos de vista y dejemos a un lado viejas trincheras de evidente desgaste. Creo
que en estos instantes la prensa se encuentra en su peor momento, con unos
comentarios insulsos los martes por la noche en voz de Talía González y una
Mesa, donde todos los caballeros levantan a la vez sus espadas, al ritmo del
mismo conjuro. Pero como leí hace poco en un Dossier publicado por Espacio
Laical, no podemos separar a los medios de la propia crisis que sufren algunas
de nuestras principales instituciones. No olvidemos que la superestructura, o
sea toda forma de producción espiritual, responde a elementos puntuales de tipo
económico, o sea a nivel infra.
Exigirle
cambios a la prensa sin que estos se hayan efectuado en la base, desde la Cuba profunda y hacia la
capital, es como pedirle peras al olmo. La radio, el periódico o la televisión
no hacen sino expresar un clima general cuya génesis parte de un país necesitado
de cambios profundos. Mutaciones que van más allá del cuentapropismo o algún
espacito de debate capitalino, donde sólo accede una élite poco conocida por el
panadero de la esquina de mi casa o el médico que hace guardias sin que le
paguen un centavo, ello cuando sabemos su nivel de sacrificio.
Un
amigo, el bloguero Alejandro Ulloa, a quien respeto y admiro, me decía hace
unos días que los temas provincianos no sirven para posicionar una bitácora en
el buscador. Eso me dejó perplejo. ¿Desde cuándo la Cuba de adentro dejó de ser
pertinente en materia informativa? Dicha percepción del periodismo, además de
errada, reproduce elementos egocéntricos y absolutistas de la prensa
tradicional. Y eso que la blogósfera aspira a convertirse en un medio
alternativo, que dice lo que otros callan. Silenciar las batallas que en pro
del progreso ocurren en la mayor parte de la isla me parece un mal paso, si de
verdad se aspira a ser abarcador y honesto, constructivo y díscolo de fórmulas
manidas.
Vemos
pues cómo a veces inconscientemente (o quizás no tanto) se pasa de la
alternatividad a la complicidad con el silencio y ese falso “debate
constructivo”, donde priman la mano alzada y el criterio absolutizador. Es hora
de que los cubanos aprendamos el significado de la palabra inclusión, y ello
consiste en eliminar todos los atavismos del pasado. Ser competitivos en
materia de periodismo significa ver en lo particular, en la provincia, la
génesis del problema nacional. Y comenzar desde allí la labor de salvamento de
la credibilidad mediática.
Tal
parece que algunos blogueros (incluso quienes hasta ayer residían en provincia),
han querido adoptar esa forma de debate excluyente y totalitaria que prevaleció
durante décadas. Y eso que intentan presentarse como la voz otra de la realidad
cubana. A ellos les digo como expresara el colega Fernando Ravsberg de la BBC , acerca del Ministerio
Habanista de Agricultura en un reciente post: de vez en cuando es bueno
embarrarse los zapatos de fango, y no pasarnos la vida de cabareteros por los ambientes
bohemios de g y 23. Esperemos que el
alien del silencio y la unanimidad no esté germinando en esta blogósfera
alternativa, que aún veo con más luces que sombras, no obstante el poco acceso
del pueblo de provincia (esa Cenicienta desdeñada por el amigo Ale) a una
prensa que intenta apartarse de cánones e implantar un debate constructivo de
verdad.
Quisiera
terminar este post refiriéndome a una conversación que recién sostuve con el
cinéfilo Juan Antonio García Borrero, del blog La Pupila insomne. Ambos
coincidimos en que hasta el momento existían en nuestro país dos erradas y
virulentas visiones del debate constructivo: 1-Todos a favor, a ultranza y sin
dudas, con la proposición bajada del nivel central (esta prevalece a nivel
institucional interno); 2-Dos bandos que se atacan e insultan desde posturas
inmóviles, sin llegar a ninguna verdad tangible. En ambos casos el resultado
del debate es nulo: una falsa unanimidad en el primero y una enemistad rayana
en posturas extremistas en el segundo.
Debate
constructivo es aquel donde no hay descalificaciones al interlocutor, sino
atención educada a sus planteamientos e intercambio de ideas. Divergir
diametralmente no debe conducirnos a la amenaza, ni romper lazos de
comunicación. Sócrates, ese gran maestro del debate que el filósofo Platón nos
legara a través de los diálogos, hablaba de la verdad parida con ayuda de
métodos sencillos, donde priman la pregunta y la respuesta, el respeto y el
reconocimiento de que no hay propuestas indiscutibles. Aprendamos de los
antiguos y quizás nosotros, los contemporáneos, sabremos enfrentarnos mejor una
realidad a veces esquiva y taponada por espirales de oportunismo. Espero que la
virulencia del enfrentamiento y el atrincheramiento no invada nuestra
blogósfera, y que en ese debate constructivo participen todos, también los de
provincia, cuyos criterios, Alejandro, sí pueden posicionarse en Google.
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