Muchos
años después, frente el paredón de fusilamiento, recordó aquel lejano día en
que conoció las ferias de San Juan. Junto a gitanos de extraños artefactos,
pululaban captores de puercos encebados, enfermizos piromaníacos empecinados en
prenderle fuego a la villa, un güije inmortal que abandonaba su charca para
saquear los sembrados de yuca y fisgonear a las bañistas del río Camaco, y
otras muchas criaturas, tan excéntricas como habituales en ese apartado pueblo.
Rara
vez llegaba un buque mercante a la bahía del Tesico, trayendo noticias con
siglos de atraso, sobre el fallecimiento del rey Carlos El Hechizado o la
conquista de Granada. Entonces un viejo liberto disparaba el cañón de la costa
y las campanas de la iglesia repicaban. Era tiempo de fiestas. El alcalde, un
tipo silencioso y de abultado vestir, traía sus bandos y actas, dictando la
conmemoración de algún santo. Entre exorcismos, risotadas y conjuros gitanos,
el pueblo aplaudía: así comenzaron unas ferias donde se vendió de todo, incluso
el alma de un Inquisidor.
Aquella
primera ocasión en que asistió al San Juan, pudo observar que cada año se
elegían siete mozos vírgenes entre el pueblo, para atrapar al güije. Pero
también se percató del engaño que ello entrañaba, pues el supuesto duende no
era más que un negrito del callejón del Hacha. Y los fingidos captores, unos
gozones de primera categoría. Sospechó que la villa no era tan mágica, quizás
los conjuros del padre José González de la Cruz no atrapaban a los demonios del Boquerón. Por
eso intentó desnudar a la
Llorona de la
Calle de la Mar ,
quien también suele vender sus gritos durante las ferias sanjuaneras.
Nadie
sabría explicar el verdadero por qué de las fiestas, la memoria de los
habitantes resulta escasa por el efecto de la cercanía con las madres de agua.
El azar y un regocijo contenidos las situaron el 24 de junio, fecha en que
según narran se formó un cabildo y dieron vivas a Remedios. Desde entonces
espacios abiertos y callejones aledaños se repletan de bulla, bebida y puerco
asado, un ambiente que evoca la atmósfera del viejo pueblo. Ambiente
caracterizado por sus casas de guano y embarro, calles de tierra y muchos
fantasmas en la noche. Alguien una vez dijo encontrarse en la inmensidad de la
plaza, cuando el campanario daba las tres de la madrugada, con un señor muy
viejo de unas alas larguísimas.
Pero
tales historias se pierden en el tiempo y sólo se narran a la luz de un quinqué,
una vez que los festejos han terminado y las viejas se retiran a sus comadreos.
El personaje de esta crónica siempre presintió que la villa era una gran alucinación,
pero se quedó enamorado al toparse con tanta rareza. Buscó entonces cómo quedarse
a vivir allí para siempre, quería que su casa cumpliera con los requisitos de
cualquier vivienda: fuerte, húmeda y fantasmal. Con el tiempo él mismo se
volvió remediano y luego se integró al acervo de las leyendas locales. Un
cartelito podía leerse a la entrada de su hogar: Gabriel García Márquez,
escritor.
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