Una
buena forma de hacer revolución es la crítica, sobre todo en el caso de la
prensa. No digo que deban silenciarse asuntos donde se muestra lo más loable y
positivo de nuestro sistema, sino que a la par se realice una aguda labor de
zapa sobre aquellos terrenos escabrosos, que a la larga tientan la pervivencia
del modelo.
Muchas
veces me topé en la universidad con personas escandalizadas ante la idea del
cuarto poder, interponían todo tipo de enfoques, desde pragmáticos hasta ideológicos
y filosóficos. Pero me resulta muy atractiva una prensa que sirva de contrapeso
y espejo. Alentar dicha función con honestidad, brindarle el espacio y la
seriedad. Ello salvaría al país de enfoques atrasados y risibles que inundan
las redacciones.
Escribo
de este tema porque resulta evidente el extrañamiento que aún pervive en el
periodismo cubano, cuando alguien del gremio se dedica a diario a develar
facetas perfectibles o cambiables. En tal caso enseguida aparece algún guardián
del orden que llama a la “cordura” al reportero, pues hay muchas cosas buenas
también para divulgar. Como si denunciar lo dañino no fuese la mejor manera de
preservar lo alcanzado.
Por
ejemplo, hace unas semanas en un programa de mi emisora abordamos el tema de la
higiene de la ciudad y preparé un reportaje bastante crítico sobre el asunto,
con opiniones de los vecinos y los delegados. El lenguaje y la postura de los
entrevistados respondía a la gravedad del tópico, se expresaron como suelen
hacerlo los cubanos honestos: alto y claro. Pues bien, a los pocos días me
brinda botella un señor y sin más acá comienza a desbarrar contra mi reportaje,
pues los vecinos usaron una fraseología “soez”. Lo miré de arriba abajo y no
dije nada.
En un
mundo donde la prensa muestra con crudeza los bombardeos, las masacres, las
pandillas o los agrios debates de parlamentarios con golpizas e insultos
incluidos; no caben mojigaterías. Y nosotros aún nos apegamos a un Código Hays
para parametrar el alcance y el lenguaje de la radio. Increíblemente aquel
señor me pedía que silenciara al pueblo. De cualquier forma el reportaje salió
y se ha repetido varias veces en la emisora, hasta que el problema de los
vecinos sea atendido. Por otro lado muchos agradecieron la sinceridad del
trabajo, incluso personas que no viven en Caibarién, pero que aprecian cuando
la prensa cumple su función.
Mi
objetivo, por el que me pagan, no es edulcorar. Quizás pese sobre los hombros
de cada periodista una responsabilidad mayor que la del soldado, pues nosotros
trabajamos sobre la base de la conciencia. Y esa se adquiere desde el plano
individual, pensando y cuestionando libremente. Por tanto, ejercer el debate
debiera impartirse como asignatura en las aulas de periodismo. Hablo de
fomentar la crítica, lo cual significa
no perdernos en disquisiciones metafísicas, sino mirar los problemas desde
diferentes ángulos y proponer el mejor juicio.
Yo creo
que debemos ir mucho más allá de la página del medio del Granma o del espacio
televisivo Diálogo Abierto (de nombre bastante pretensioso). Me parece que
necesitamos ser más marxistas, apegarnos a la corriente dialéctica de
pensamiento que ello implica. La censura de la crítica suele partir del miedo a
la movilidad y sólo la reacción teme al cambio. Los que pensamos en el futuro,
tantas veces vapuleados de idealistas, preferimos esa visión “ingenua” del
periodismo como cuarto poder. Sólo que en el caso de Cuba, ello implica
defender con valentía y humildad los intereses colectivos, populares, o sea al
trabajador que nos paga.
Cualquier
idea o hecho que atente contra esa fórmula revolucionaria del pueblo en el
poder, deberá ser objeto de la crítica periodística. Empezando por aquellos que
niegan la posibilidad de que ocurran investigaciones a fondo, y esconden las
fuentes y los datos como si se tratase del Santo Grial. Ellos, los silenciosos,
quieren que los imitemos. El micrófono está en nuestras manos. Ustedes, colegas,
eligen.
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