La ley
se diseña, se lleva a consenso en un parlamento, se emite, se publica y
comienza a circular por centros de trabajo y subordinaciones. Luego aparecen
las trampas, los tropezones y finalmente queda atrapada en un laberinto de locuras
burocráticas que la convierten en un estorbo. Disensiones particulares que
quedan en manos de exégetas, las más de las veces verdaderos chapuceros de la
administración.
Y es
que como dijera Liborio, las leyes se acatan pero no se cumplen. Entonces,
¿para qué tanto andamiaje jurídico, tantas oficinas, reuniones y discusión en
todas las esferas? Al final y aún teniendo bien claro qué hacer, cada quien da
la espalda e inicia su propio proyecto de ley inconsulto, el cual incluye desde
el desacato hasta la violación en todas su variantes corruptivas. Así nos
perdemos en los pasillos de la legalidad y las instituciones hacen agua.
Llenamos las oficinas de papelitos y gastamos nuestro tiempo en interminables
discusiones que conducen a Bizancio, esa vieja capital de los diálogos
interminables y sin objeto.
Nosotros
somos cubanos, no bizantinos. Llevamos en las venas el calor del trópico y
estamos acostumbrados a la rapidez y la resolvedera, pero si se violan los
canales establecidos adónde vamos a parar. Canales que en primer lugar fueron
votados y aprobados y que están a su vez sujetos a cambio o revocación a través
de vías legales. Pero la anarquía, el relajo y la filosofía de calle conspiran
contra ese pensamiento cívico, ordenado y consciente. No es que falten personas
que conocen los caminos y quieran seguirlos, sino que hay otros con la facultad
de abogar por lo contrario y además de obstruir las voluntades de los demás.
Todo se complica cuando el asunto echa raíces en los organismos funcionales de
la sociedad.
Hay que
hacer esto o lo otro, tenemos matutino para discutir más cual discurso, existe
el compromiso de…Y así son muchas las frases que pudiéramos enumerar, y que no
sólo no dicen sino que contradicen muchas veces el punto consensuado y útil.
Retórica obstruccionista que parte de las vías establecidas, según los canales
dispuestos por preceptos y disposiciones, que regulan el funcionamiento y hacen
viable el procedimiento y que implican a su vez otros canales donde el asunto
se analiza según indicaciones centrales para su ejecución quién sabe para qué
siglo de nuestra era.
¿Si
somos cubanos, si no vivimos en Bizancio, por qué nos apartamos de nuestro
lenguaje legal? ¿Ese que con creatividad sentaran los fundadores de la nación y
que hemos heredado a través de una larga tradición jurídica? ¿De dónde esa
manía de acatar y no cumplir ni respetar? ¿Dónde están los tribunales que deben
imponer tal respeto? Entre la palabra de alguien y la ley de la mayoría media
un poder consensuado que merece honor. Por ello pido más instituciones y menos reuniones, más hacer
y menos decir, más control y menos rigidez. Eliminar esas “vías establecidas
según procedimientos internos sobre el funcionamiento del organismo y las directrices
con estatutos de quién sabe qué cosa”. Por favor, dejemos el teatro para el
teatro y hagamos en esta vida verdadera política, y comencemos por cumplir las
leyes. Porque eso sí, los cubanos, al
menos culturalmente, muy poco tenemos de bizantinos.
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