Yo
añoraba ser Bukowski, bebía sin parar, iba dando puñetazos por los bares y
fracasaba en cuanta aventura amorosa. Encajé de maravilla dentro del personaje.
La máquina de escribir, ese monstruo inservible, paría las más extrañas trasmutaciones
de mi ser. En unas ficciones finalizaba mutilado por un grupo de putas, cerca
de San Francisco. Otras veces un doble extraño nacía dentro de mí,
sustituyéndome. O cierta criatura nombrada Gorrión Rojo fungía como profesor de
yoga. Yo era Bukowski en buena medida. Casi sólo faltaban la barba y la
barriga, pero en lo fundamental, en la esencia, concebí la más horrenda
literatura jamás publicada ni publicable en alguna editorial.
Llegué
a ser más bukowskiano que el propio maestro.
Entonces
recibí su llamada una tarde de resaca, cuando me disponía a rasgar el papel con
unas líneas absurdas – ¿Mauricio?, ¿hablo con un tal Escuela?- Era Él, no cabía dudas: la voz ronca y un aliento
melancólico que podían sentirse a través de la línea telefónica. Contesté
balbuciendo, como quien se topa con una divinidad, porque de eso se trata: el
Dios del Alcohol y los Poetas Malditos. A mi mente acudió su leyenda, los años
infantiles forjados a golpe de la correa paterna, los granos de una
adolescencia solitaria y borracha, las primeras líneas rechazadas por todo el
mundo, su errabunda carrera a través de antros, prostíbulos, cafés
seudointelectuales, bibliotecas llenas de perdedores y homosexuales reprimidos,
en fin.
-Sé que
has aprendido a imitarme cabronamente bien y el lío es que pronto voy a morir
–me dijo la voz.
Charles
Bukowski había fallecido años atrás, producto de una vida marcada por el abuso
de la cerveza y la mala literatura. Así que mis sospechas comenzaron a crecer,
quizás estaba yo ante la broma de otro imitador, un tipo de esos interesados en
la comedia y lo comercial, que veía en mí a la competencia. Le dije que no me
jodiera, que Char estaba muerto, que se fuera a dar por culo a otro lugar, etc.
-Perdone,
-interrumpió la voz ronca- pero no le he explicado bien mi situación. El hecho
es que sigo en este mundo. Pero ya no llevo aquella vida disoluta de antes,
renuncié al alcohol, las putas, las peleas y la literatura. Luego me oculté,
antes fingí morir. Resulta que ahora me arrepiento y quisiera volver a ser yo,
pero es tarde, estoy muy enfermo, sólo tengo una semana de vida.
En pocas
horas el Maestro me expuso que, en el pasado, el mito de su personalidad
salvaje y delirante se derrumbó de un día a otro, que quiso enrumbarse por las
vías sociales establecidas. Tomó la comunión y se casó por la Iglesia y durante mucho
tiempo no bebió. De ahí su total desaparición. Hace como un mes atrás, su
médico le anunció un cáncer en el estómago, incurable. En medio de la angustia,
regresaron sus ansias por la libertad y la literatura, sin que ese espíritu
estuviese ya dentro de él. –Charles Bukowski ya no vive en mí –recuerdo que
dijo –pero está en ti, y eso es lo importante, por eso te llamé.
Quería
que yo renunciara a mi persona, mostrarme en público y develar que el autor de La
Máquina de Follar,
Cartero y Pulp, todavía tenía vida y podía escribir ficciones más delirantes
aún. Bueno. La oferta era tentadora, por un lado millones de dólares, por otro
millones de putas. Y en el medio la gran, la enorme, la miserable e infernal
literatura del Maestro. Acepté, dije “sí” sin titubear, precipitadamente. Pero
entonces recibí una advertencia que detuvo tales ansias.
-Fíjate,
Escuela, hay algo que no sabes. Ser yo es difícil. Llegas a un grado de
entendimiento de la vida tan profundo, que terminas prefiriendo el autoengaño,
la renuncia y por último el querer retornar a la sociedad. Eso fue lo que me
sucedió: llegué a ser demasiado Bukowski. Así que opté por la hipnosis y la
mutación. Ahora no tengo personalidad y voy a morir.
Siempre
quise ser Charles Bukowski, navegar entre cloacas geniales, beber el duro vino
de la angustia, desgarrarme a gritos en medio de una autopista, ir por la calle
volante en mano, borracho, mientras perseguía a alguna rubita de senos
apretados. De alguna manera ya reúno todas las cualidades, al punto de que la
categoría de imitador me queda chica. Mis
artículos compiten en caos, nihilismo e infamia con cualquiera de Escritos de un viejo indecente. Pero
renunciar a mi yo puede tener su costo y muy grave, después de todo ese
Maestro, cuya fortaleza de espíritu y coherencia siempre valoré, también
flaqueó ante el mundo. Nada garantiza que una vez llegado al fondo, cuando sea
totalmente Bukowski, me suceda lo mismo, e intente volver a una vida ya inexistente.
Tengo
problemas de personalidad, me declaro culpable de intentos de suicidio, de
pensamientos sádicos, sodomía, masturbación, instinto asesino, manía
persecutoria, bipolaridad, adicciones, delirios de grandeza. De hecho, este
asunto de imitar a Buk ha sido una especie de válvula de escape, de terapia. No
sé qué demonios estaré desatando si sigo adelante. Char, o mejor dicho Peter
(como me dijo que se llamaba ahora, un nombre típico, con sonido a casa
confortable de porche y tabloncillos blancos); me ha dado de plazo hasta el miércoles
próximo, justo el día en que va a morir. Todavía estoy muy indeciso, y si
publico esta reflexión en mi blog no es para que me ayuden, ni tampoco busco
compasión. Simplemente sigo los impulsos de una personalidad incoherente y
enferma. Por ahora sólo tengo la bebida y una máquina de escribir.
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