París
será siempre esa Ciudad Ideal, incierta en libros y pinturas, cuadro
impresionista cuyo conjunto sólo resulta visible en el distanciamiento. Julián
del Casal murió de risa, sin ver nunca las iluminadas cúpulas del Montmartre.
Un viaje costeado por sus amigos terminó en el cruce de los Pirineos, cuando el
poeta dio marcha atrás, temeroso de que la Luz recreada durante décadas, se volviera cenizas
al contacto con el París real, repleto de gente vulgar y corriente.
He
visto el filme colectivo “París yo te amo” con el alelamiento de Casal, me he
mirado en las aguas de ese Sena idealizado y oscuro, donde se hunden los
cadáveres de tantos suicidas. Hacía meses que necesitaba algo así, desde que
revisionara Annie Hall del Maestro Woody. Supongo que debo empezar aclarando
que siento aversión hacia las comedias románticas, de hecho no me flipo el
melodrama. Odio las novelas mexicanas, colombianas, brasileñas, cubanas,
japonesas. En fin, no se me dan las historias-esquemas; donde el principal
valor es lo predecible. Por ello, cuando escucho de algún filme sobre
conflictos amorosos, generalmente paso de largo. Y con “París yo te amo” iba a
suceder lo mismo.
Pero
uno se aburre, el trabajo se vuelve un tedio sin marcha atrás, y las oportunidades
son barcos de papel que se fueron alcantarilla abajo, hacia ninguna parte.
Entonces, cuando llega esa hora gris de la tarde, en la soledad de las moscas y
la mirada fija en el techo de la alcoba; uno echa mano a la primera película,
al libro más cercano. Toda obra banal nos parece salvadora. Las más de las
veces uno termina durmiéndose con el libro sobre el pecho (aclaro que yo no
ronco) o delante de la pantalla encendida, con la mente en el quinto sueño.
Pero con esta peli pasó algo raro: eran historias sucesivas y cortas, me
llevaban de una calle a otra de la ciudad, y viví de tal forma la vida que
siempre quise en un París ideal, luminoso, aventurero y artístico.
De
entrada todos los protagonistas cuentan con un dejo de soledad que bastaría
para volverlos encantadores. Sombras que de pronto se iluminan, descubren la
felicidad, y se quedan en ese estado de gracia al parecer eternamente. Una
señora gorda y vieja, soltera, decide invertir los ahorros de toda la vida en
encontrarse con su único amor: París. Una vez iniciado el romance, las cosas no
resultan tan ideales como en los sueños, pero ella termina embelesada, en un jardín público, mientras
contempla a su bello y gigantesco amante. En otro memorable pasaje, una
vampiresa se enamora de un muchacho; pero decide dejarlo por no hacerle daño,
él tiene un accidente y cuando está entre la vida y la muerte, ella aparece y
lo muerde. Así se inicia un enamoramiento que el público adivina eterno y
apasionado, a juzgar por las mordidas sensuales que cierran la última escena.
Podría
seguir mencionando otras historias, de desengaño, de encantamiento. Cuentos de
hadas y de brujas; inolvidables por intensas. Uno las mira y se siente vampiro
y vagabundo, amante y solitario. Ese París recrea su propio ideal de una forma
casi perfecta. Luego de ver el filme casi siento el temor de Casal: quiero que
la ciudad quede para siempre de esa manera en mi mente, arruinarla con una
visita al mundo de la vida real, los bocadillos y la suciedad del Sena, sería
un craso error. Yo quiero como el poeta la oportunidad de morir de risa, y no
la melancolía que dejan los sueños desvanecidos. Después de ver “París yo te
amo”, no sé si quiera visitar París. El Ideal es por ahora preferible a la idea
exacta, veremos qué lectura o peli me aguarda esta tarde, cuando cierre la
puerta de mi alcoba y me halle solo, junto al techo húmedo y el tedio.
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