Ya sé
que en las redes sociales, ese mundo laberíntico e infinito, los temas de
índole local se supeditan a otros de naturaleza más universal. Pero la
presencia de tópicos comunitarios tomará lugar en un mundo donde la alternatividad
de los enfoques periodísticos, coloca a la pequeña emisora en iguales
condiciones que los medios tradicionales para acceder a la información y
difundirla. Periodismo ciudadano, se llama el fenómeno.
Por
ello comienzo este comentario hablándoles de San Antonio de las Vueltas, un
poblado perteneciente al municipio de Camajuaní, en la provincia cubana de
Villa Clara. Su vida es monótona y depende todo el año de actividades como la
agricultura y el comercio de los productos de la propia tierra. Pero desde el
siglo XIX, una tradición paraliza dicho lugar, y lo convierte en hervidero de
tradiciones. Dos bandos, azul y rojo, Ñañacos y Jutíos, se disputan una
victoria tan simbólica como imprescindible.
Guiados
por las sombras de un gallo y un gavilán, ambos de papel maché, las parrandas
voltenses constituyen una muestra del más sabio arte popular, donde florecieron
figuras como Cumba Colón o el conocido popularmente como “Coco”, cuya carroza
de tema tailandés fue la delicia de los asistentes. A este último proyectista
estuvo dedicada la festividad, por una vida consagrada al reconocimiento de los
suyos, de sus vecinos y familia más allegados.
Sé que
el tema pudiera parecer alejado de la modernidad, el arte de vanguardia, las
polémicas digitales, el periodismo de barricada, la comedia de las
banalidades; en fin. Pero nadie sabe el
valor que para un pueblo tiene sentirse reconocido cada año como artista, como
demiurgo creador en medio de una larga faena de trabajos cotidianos. El dios
Baco desata entonces sus excesos y la belleza desborda todo sueño posible.
Las
parrandas, Patrimonio Cultural Cubano, son eso; un nacimiento constante, que no
una reiteración. El antropólogo Mircea Eliade propone en su teoría sobre los
mitos y rituales, que cada comunidad necesita de fuegos y músicas que la hagan
retroceder a tiempos primeros, sobrenaturales, gloriosos por desconocidos. Una
idea muy platónica que nos trae de vuelta la historia de los dioses creadores,
la vida de los héroes, y purifica el presente con los hálitos sagrados de otros
momentos. A través de fiestas colectivas donde prima el disfraz, la máscara, la
inversión de realidades, el carnaval y la carne ofrecida al paganismo; los
humanos ofrecen el sacrificio, queman los signos del pasado absurdo. Entonces,
San Antonio vuelve más vivo, y con esa vida vivifica a los muertos vivos de
hoy.
Lázaro
ante el conjuro del milagro se levanta y demuestra que lo posible se queda
chico ante lo insólito. La fe recobra su poder y las montañas del valle que
rodean el pueblito parrandero se conmueven, mas nadie escucha el terremoto. Ya
las lluvias de fuego acallaron aquellos fuegos internos, y los sacerdotes
apagan la furia de los danzantes. Todo termina con un entierro, entre jocoso y
bandolero, entre riña y sonido de rumbas. El muerto vivo es un gavilán de papel
maché, no importa. Todos creen en la muerte, con la misma intensidad con que
viven. El canto de un gallo recuerda que
algunos añoran otra vez el vuelo de su gavilán. La guerra no termina, ahora se
inician los trabajos y la fatiga, en un año los sacerdotes evocarán a los
dioses y el eterno retorno traerá la música de los antiguos. Así anda Vueltas,
devuelta a sus parrandas, para purificarse, para que el espíritu
prevalezca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Prohibido abandonar el blog sin comentar