10 feb 2014

El Evangelio según Johann S. Bach




Solíamos platicar interminablemente, se nos iban las tardes hablando sobre Bach. Para ella el Maestro tenía el tono poético exacto, la profundidad y la expresión concisa de lo espiritual. Claro que coincidimos en muchas otras cosas, pero el largo ma non tanto (segundo movimiento del Concierto para dos violines y orquesta) nos elevaba de veras. Ya saben que tengo propensión a los sueños, y que mi soledad es consecuencia de un enfermizo impulso a separarme de lo humano circundante.
Pero escribir sobre Bach se me hace difícil: son muchas las noches de lecturas que he pasado oyendo sus melodías, desde las Variaciones Goldberg hasta la Pasión según San Mateo (esa obra cristiana, tan elogiada por el anticristo Nietzsche). Confieso que de no existir la literatura, hubiese bastado con Johann Sebastian Bach. Imagino al Maestro a veces como el resultado de una genealogía de elegidos, algo así como el origen de la música, planificado por alguna entidad superior. Si en la Biblia se nos narra primero la ascendencia del pueblo hebreo desde Adán, y luego se recorre su devenir desde Abraham hasta Jesús y sus apóstoles; la vida de Bach no comienza en Bach, sino en una familia tocada por el talento. Tatarabuelos músicos, geniales instrumentistas, anónimos organilleros de iglesias de pueblo; dieron lugar al gen que devino en genio.
Cuando el niño Johann subió al órgano de un templo cristiano por primera vez, ya su espíritu estaba listo desde hacía siglos. Sólo hubo que pulir la técnica, que después será renovada hasta un estadío superior.  No existió academia en Bach, y lo que sorprende más: a pesar de lo denso de su música, de lo elaborado y catedralicio, llega perfectamente al gran público. Cualquiera que tenga un corazón puede escucharlo. Como las obras maestras, la melodía más emblemática del Barroco es capaz de sostenerse a sí misma, y uno siente que dicho arte parece tan natural y eterno como el agua corriente. Porque Bach no empieza en Bach, sino que estuvo entre nosotros desde el inicio.
Al principio del Evangelio según San Juan se nos brinda la imagen de Nuestro Señor, unida a la creación del Universo por el Espíritu. Su historia no comienza en Galilea, sino en el seno nutricio mismo de la vida en lucha contra las tinieblas. Así nace Jesús, la Luz del Mundo, en el evangelio del amor (como se conocen los escritos de Juan). Sucede que Bach ya estuvo en la creación y que sus mensajes aunque profundos ya los conocemos, nos hablan de verdades comunes. Por ello paso horas oyéndolo, la fórmula de una felicidad que reside en aquellos arpegios, en el adagio suave y el allegro assai. Quien niega a Bach, casi parece un sacrílego.
Otros, de la talla de Mozart y Wagner, verdaderos mastodontes de la música, señalaban al autor de Tocata y Fuga como un Dios. Le rezaban brevemente antes de componer y obtenían grandiosas piezas, mas nunca con la honestidad y el sentimiento de Bach. Todo está en él, nuestros temores, las inseguridades, el llanto, las certezas, el camino. En estos tiempos la música, una de las artes que más se acercan al concepto puro de la materia, está en franca decadencia. El mercado y la factura por encargo son enemigos de lo diáfano. La humanidad no marcha por derroteros de luz, ha perdido la fe en el hombre, y por ende en la porción divina que descansa dentro de nosotros. La regla no funciona para todos, pero se establece como norma allí donde no recibe resistencia.
Hablar de Bach (o sea de lo divino) parece casi un desacato, una alteración del orden (o del desorden) en una vida vacía, formalizada y moribunda. Quienes nos apartamos, pasamos por seres de naturaleza vampírica, supervivientes en islas y exóticos parajes. Por eso la recuerdo hoy, cuando decidí que escribiría sobre Bach. Porque nuestras islas se cruzaron por varias razones y ahora estamos distantes. Extraño que ella me cante al oído que se embelesa con el Barroco, que odia el presente.

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