(Crimen no. 1: El golpe en la cara)
“Crimen
y Castigo” tiene la estructura de un golpe en la cara; no es exageración, lean
sus vericuetos profundos. Laberintos filosóficos que sirven de piedra de toque
a un argumento sin demasiadas complicaciones desde la acción física, pero que
nos mantiene en vilo en cuanto a la sicología interna y la cuestión espiritual.
Como toda gran novela, muestra más los caminos que las certezas, y enseña la
luz antes que la meta.
Aunque
el joven Raskolnikov termine en medio de un campo siberiano, transido de amor y
ante la perspectiva de un renacimiento; toda una trama detectivesca puesta al
revés precede dicho encanto. El gran
mérito reside en lograr que el lector se conduela y justifique al criminal, que
apoye su causa y los móviles de una vida en apariencia pobre. Porque su núcleo
es la lucha del idealista débil contra el marasmo vasto y estúpido; el resonar
de las armas que implica batallar por un sueño. Todo crimen no es un crimen de
por sí, ni la sociedad funciona en blanco y negro.
La obra
muestra cuán inútiles son las ideas simplistas manejadas por el pensamiento
social moderno; sólo la persona en comunión consigo misma y en unión con algo
más sagrado, puede hallar la paz. La justicia policial se equivoca y acusa a
personas inocentes, o no logra encausar a los verdaderos culpables. El brazo
societal sólo existe para dar una noción de nominal orden; por encima de un
total desastre que impide a los idealistas alcanzar una vida honesta.
La
muerte de una vil prestamista no puede compararse con la destrucción de
ciudades por el bombardeo de la guerra, y otras barbaridades cometidas por
hombres considerados héroes a nivel mundial. Rodión, en su búsqueda de la
verdad individual, demostró que mucho de bueno hay aún en un reo condenado por
homicidio. Porque son la circunstancia y la falta de oportunidades las modelan
a la bestia.
Llevado
de la mano de ese encanto místico, se aprende que las sociedades modernas son
aún más atrasadas de lo que pensamos. Que la masividad de las grandes urbes,
disminuyó nuestro peso como individuos (Milán Kundera dixit), en un hormiguero humano donde triunfa el
pensamiento colectivo y simplista de pintarlo todo con pocos colores. Hay en
“Crimen y Castigo” un impulso elemental que lleva a Raskolnikov al delito para
la redención, a la sangre ajena para la sangre propia. Directo a la salvación
por medio de una violencia momentánea y rebelde. De la violación formal de los
dogmas más absurdos, se pasa a la liberación de las trabas.
No hay
otro principio en Dostoievski (ese místico que apostaba a las cartas) que el
crimen salvador. Esa magia de la contradicción la obtuvo como todo visionario
que sufre las arbitrariedades de la sociedad moderna, donde hay una inversión
de valores aceptada por consenso. En la multitud todo es lícito si se obtiene
el éxito, y todo condenable si el fracaso te toca. Los ricos ostentan su dinero
a costa del falsarismo; pero bien pudieron descansar en las cárceles si sus
crímenes fracasaban. Para el escritor la lógica de las apuestas como obsesión,
impregnó toda la literatura. El nuevo mundo descansaba sus bases en las reglas
del juego de naipes y la borrachera de los tramposos.
El
golpe en la cara llega cuando Dostoievski halla la visión de un nuevo hombre, y
allí se nos revela como utopista. Mas ese sueño sólo vive en la literatura, se
desvanece allende el papel impreso. Todo autor escribe para autorredimirse; la literatura como crimen y castigo
purificador. El acto de rebeldía que constituye levantar la pluma y concebir
otras verdades, diferentes sistemas, desestabilizar las bases de la mentira
social. Pero el acto, la apuesta, se adivina decimonónica, pequeñoburguesa. Y
uno termina con el sabor de haber leído un final artificioso en “Crimen y
Castigo”. Quizás el despertar de Raskolnikov y su esperanza sean un símbolo;
bello, literario, válido para los lectores. Pero casi puede verse el rostro de
Dostoievski en un gesto de dolor, deprimido, con las certezas perdidas,
inventando en la escritura un final para su propia carencia.
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