En primer lugar un cuento debe evitar ser
provinciano, lo cual significa contextualizarlo en una geografía y un
tiempo lo más distantes posibles de tu
realidad. Yo por ejemplo he situado varias de mis historias en el Estrecho de
Bering, durante la época de la glaciación, cuando América y Eurasia estaban
unidas por un trozo de hielo. Con escenarios como estos uno no debe preocuparse
por el conflicto, ni por el trazado de los personajes. Mi último relato versaba
sobre cuestiones tan sensibles y elevadas como el Complejo de Edipo y la doble
personalidad de un mamut adulto llamado Robert Osvaldo.
Todo eso no ha impedido que los editores me
acusaran de hacer una literatura regionalista, incluso chovinista. Ni siquiera
tuvieron en cuenta mi obra maestra, una minuciosa novela en forma de monólogo
interior sobre el problema existencial de los habitantes de la Galaxia Andrómeda,
que dista a unos 2,2 millones de años luz. Su título: Agtxzzz rrrRrrrr. Porque claro, para no ser provinciano uno debe
procurarse palabras poco conocidas, provenientes del sánscrito primitivo, o
simplemente inventadas.
Pues bien, mi obra Agtxzzz rrrRrrrr tiene un título muy exótico y está escrita
íntegramente en Agtxzzzense, el lenguaje de los habitantes de la Galaxia Andrómeda.
Sin embargo según mis críticos más acérrimos, la novela no sólo es
aburridamente costumbrista, sino que reproduce el mismo modelo narrativo del
criollismo latinoamericano de mis anteriores propuestas. A decir del bombero,
cocodrilo y ensayista T.S. Elio S.A., podría trazarse un paralelismo impecable
entre Doña Bárbara y el personaje central de Agtxzzz rrrRrrrr, una agtxzzzina experta en armas atómicas portables
y pornografía, especie de amazona intergaláctica.
Yo no niego tales similitudes, ¿qué tiene
de malo un poco de intertextualidad?
Muy lejos estoy de mi primera obra My self, que fue asumida por Woody
Allen, en su adaptación cinematográfica, como una visión rocanrolera del mito
de Narciso. Eso y el no haber sido yo puesto en los créditos de la película,
dieron lugar a una ácida polémica entre nosotros. El director del cine me
acusaba de usar calzoncillos agujereados, lo cual era seña de un miedo freudiano
a la soledad. Por mi parte, no sólo me
dediqué a colocar petardos en los sets de Hollywood y carteles que dijeran
“Allen es una mierda descalza y con antenas de cucaracha”, sino que quise
desacreditarlo, demostrando que todos sus guiones pertenecían a un genio
desconocido, originario de Mongolia y de nombre No-Sé-Ké, víctima sin dudas de
secuaces a sueldo, quienes luego de violarlo mientras lo descuartizaban vivo
con un tridente, repartieron los trozos de su cuerpo entre las hambreadas
carnicerías de Pyongyang.
Incluso un disidente norcoreano quedó
conmigo en dar declaraciones al respecto, pero luego de meses sin contactarnos,
apareció en la televisión estatal de su país acusándome de haberlo manipulado
mediante el psicoanálisis y los libros de Kant. Se veía que estaba fingiendo,
llevaba el pantalón puesto en la cabeza y un zapato colgando de la oreja
derecha. Obviamente alguien lo amenazaba detrás de las cámaras.
La cuestión entre Allen y yo aún prosigue,
así que ya sabe, cada vez que vea alguna de sus películas acuérdese del mongol
descuartizado, las carnicerías hambreadas de Norcorea (donde a veces se acude
al canibalismo) y el rostro nervioso de un disidente que lee un papel en mi
contra, mientras le apuntan con una ametralladora semiautomática de fabricación
rusocomunista.
Pero sigamos con nuestra lección de cuentos
no provincianos. Muy lejos estoy de mi primera obra, donde establecí una
intertextualidad conmigo mismo y casi provoco el fin de la industria
cinematográfica.
Otra cuestión importante es el argumento.
Una historia convencional, escrita digamos en Jarahueca (lo cual significa no
ya hacer una literatura provinciana, sino municipal o, para ser más justos, de
Consejo Popular), comenzaría con un párrafo bien estructurado y cursi, que presentara
a los personajes y definiera el conflicto, yendo luego hacia el desenlace sin
apartarse ni un instante del asunto. Un total disparate. Lo genial sería
iniciar el texto con una cita de Dylan Thomas escrita al revés (o sea que en
vez de Dylan Thomas, diga Samoht Nalyd). Ello daría la impresión de que sabe
usted ruso o que es un entendido en hechicería celta o vudú. Hasta allí la obra
va bien, pero aún le falta vuelo para ser excepcional, por eso le recomiendo
que intente usted viajar en avión mientras la escribe o que, si no puede usar
este recurso por falta de recursos (o de un familiar en el extranjero que lo
reclame) al menos empine un papalote o haga coheticos de papel, o cualquier
tipo de figuritas de origami, por lo menos mil (con hojas de libreta) y si al
pasar de las 500 se pregunta qué tiene eso
que ver con la literatura, no se angustie, no tiene nada que ver, yo
también me he preguntado lo mismo un millón de veces.
Luego del exergo, puede colocar cualquier
cosa ¡óigalo bien! cualquier cosa menos el cuento. Si me lo permite, podría
sugerirle que busque antes inspiración en un vertedero o en un tibor con meado.
Sólo así entenderá por qué la mayoría de mis ficciones comienzan con un recorte
de la prensa, usualmente de las noticias nacionales. Pero no sea poco original,
fórmese su propia sensibilidad, quién sabe si tenemos en usted a un cantor de
la sección de artículos sobre economía o cuestiones internacionales.
Ahora creerá usted estar al fin listo para
escribir su cuento, pero no es cierto, no lo está. Sin embargo debe hacerlo. A
ver, comencemos. Dibuje una raya horizontal en el papel, luego escúpase diez
veces en la palma de su mano derecha, ¿ya?, ¡no me replique y haga lo que le
digo!, muy bien, así me gusta, buen chico. Corra diez kilómetros mientras canta
el Himno Olímpico. Trace luego otra
raya que se corte de forma perpendicular con la anterior, tome el papel y
quémelo. Piense serenamente en Schopenhauer y, mientras, construya un plan
macabro para acabar con el mundo. Ya está. El siguiente paso consiste en que se
crea usted Superman y se tire de un décimo piso. Pero no nos apresuremos,
apenas está dando los primeros pasos en su carrera de escritor. Le puedo
garantizar que si sobrevive esta etapa del entrenamiento, eso no sólo
significaría que tiene talento, sino que es un elegido, tal vez inmortal, o
quizás un profeta. Entonces le resultará más factible abandonar la literatura y
dedicarse a la predicación. De lo contrario, o sea si muere, puede
recomenzar el ejercicio volviendo a
seguir estrictamente mis indicaciones.
En caso de que sea usted un gato
excepcional y no uno cualquiera (o sea que tenga mucho más que siete vidas),
podrá preocuparse por el acabado de su obra. Pero antes resulta indispensable
que escuche por lo menos 1 millón 748 veces la Sinfonía Inacabada de Franz Schubert, cuya
partitura original deberá robar para luego concluirla. Le aseguro que se trata
de una tarea mucho menos difícil de lo que piensa, comparada con la complejidad
y el virtuosismo de mi versión rapera de la obra de Palestrina. Sobre todo
porque la osadía me valió un atentado con explosivos por parte de miembros del
grupo Hamas, quienes la interpretaron equivocadamente como una burla al Himno de Palestina.
Luego de concluir exitosamente la Sinfonía Inacabada de Schubert, disfrutará de un
prestigio enorme, además de amasar millones de dólares y ser considerado el
mayor genio desde Richard Wagner. Con todo ese triunfo, lo más seguro es que
usted pierda el interés por la literatura y se dedique a tener amantes o al
submarinismo. Mandará al diablo mis clases de escritura y, balanceando una pipa
aristocrática, me calificará de corruptor de la juventud, haciéndome luego
beber cicuta.
En caso de que sea usted Superman, gato
excepcional, genio de la música y millonario (además de defensor del plancton
marino, cazador de brujas y ladrón de tumbas), sin dudas será tantas cosas que
ya nadie dudará de su verdadera idiotez curricular. Por ello no resultaría
inverosímil que luego de ordenar mi muerte y lanzarme a los tiburones o a los
monos del zoológico, aún necesitara usted de mis servicios como tutor
literario. Sin embargo para ese entonces no sólo habré bebido el veneno de
Sócrates, sino que estaré descansando en las barrigas de una manada de
tiburones blancos. Pero no se desanime, lo único que debe hacer es contratar
una tribu de pescadores maoríes que rastreen los trozos de mi cuerpo y luego lo
armen, el siguiente paso consiste en resucitarme, lo cual es sencillo. Sólo
tiene que leerse 1 millón 748 veces la novela Resurrección de León Tolstoi, ¿y después?, bueno usted sabrá. Un
simple maestro de literatura como yo no entiende nada de eso.
Coincidirá conmigo en que la carrera de
escritor es difícil, más aún si se quiere evitar ser provinciano. En
consonancia usted deberá contactarme a través de un médium, lo cual haría que
sus textos no sólo no sean de provincia, sino que ni siquiera provengan de este
mundo. A esas alturas de su preparación le aseguro que se encontrará a un
simple paso de realizarse
profesionalmente. Sin embargo aún no habrá escrito nada.
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