18 abr 2014

Un cuento absolutamente incomprensible




En primer lugar un cuento debe evitar ser provinciano, lo cual significa contextualizarlo en una geografía y un tiempo  lo más distantes posibles de tu realidad. Yo por ejemplo he situado varias de mis historias en el Estrecho de Bering, durante la época de la glaciación, cuando América y Eurasia estaban unidas por un trozo de hielo. Con escenarios como estos uno no debe preocuparse por el conflicto, ni por el trazado de los personajes. Mi último relato versaba sobre cuestiones tan sensibles y elevadas como el Complejo de Edipo y la doble personalidad de un mamut adulto llamado Robert Osvaldo.
Todo eso no ha impedido que los editores me acusaran de hacer una literatura regionalista, incluso chovinista. Ni siquiera tuvieron en cuenta mi obra maestra, una minuciosa novela en forma de monólogo interior sobre el problema existencial de los habitantes de la Galaxia Andrómeda, que dista a unos 2,2 millones de años luz. Su título: Agtxzzz rrrRrrrr. Porque claro, para no ser provinciano uno debe procurarse palabras poco conocidas, provenientes del sánscrito primitivo, o simplemente inventadas.
Pues bien, mi obra Agtxzzz rrrRrrrr tiene un título muy exótico y está escrita íntegramente en Agtxzzzense, el lenguaje de los habitantes de la Galaxia Andrómeda. Sin embargo según mis críticos más acérrimos, la novela no sólo es aburridamente costumbrista, sino que reproduce el mismo modelo narrativo del criollismo latinoamericano de mis anteriores propuestas. A decir del bombero, cocodrilo y ensayista T.S. Elio S.A., podría trazarse un paralelismo impecable entre Doña Bárbara y el personaje central de Agtxzzz rrrRrrrr, una agtxzzzina experta en armas atómicas portables y pornografía, especie de amazona intergaláctica. 
Yo no niego tales similitudes, ¿qué tiene de malo un poco de intertextualidad? 
Muy lejos estoy de mi primera obra My self, que fue asumida por Woody Allen, en su adaptación cinematográfica, como una visión rocanrolera del mito de Narciso. Eso y el no haber sido yo puesto en los créditos de la película, dieron lugar a una ácida polémica entre nosotros. El director del cine me acusaba de usar calzoncillos agujereados, lo cual era seña de un miedo freudiano a la soledad.  Por mi parte, no sólo me dediqué a colocar petardos en los sets de Hollywood y carteles que dijeran “Allen es una mierda descalza y con antenas de cucaracha”, sino que quise desacreditarlo, demostrando que todos sus guiones pertenecían a un genio desconocido, originario de Mongolia y de nombre No-Sé-Ké, víctima sin dudas de secuaces a sueldo, quienes luego de violarlo mientras lo descuartizaban vivo con un tridente, repartieron los trozos de su cuerpo entre las hambreadas carnicerías de Pyongyang. 
Incluso un disidente norcoreano quedó conmigo en dar declaraciones al respecto, pero luego de meses sin contactarnos, apareció en la televisión estatal de su país acusándome de haberlo manipulado mediante el psicoanálisis y los libros de Kant. Se veía que estaba fingiendo, llevaba el pantalón puesto en la cabeza y un zapato colgando de la oreja derecha. Obviamente alguien lo amenazaba detrás de las cámaras.
La cuestión entre Allen y yo aún prosigue, así que ya sabe, cada vez que vea alguna de sus películas acuérdese del mongol descuartizado, las carnicerías hambreadas de Norcorea (donde a veces se acude al canibalismo) y el rostro nervioso de un disidente que lee un papel en mi contra, mientras le apuntan con una ametralladora semiautomática de fabricación rusocomunista. 
Pero sigamos con nuestra lección de cuentos no provincianos. Muy lejos estoy de mi primera obra, donde establecí una intertextualidad conmigo mismo y casi provoco el fin de la industria cinematográfica.
Otra cuestión importante es el argumento. Una historia convencional, escrita digamos en Jarahueca (lo cual significa no ya hacer una literatura provinciana, sino municipal o, para ser más justos, de Consejo Popular), comenzaría con un párrafo bien estructurado y cursi, que presentara a los personajes y definiera el conflicto, yendo luego hacia el desenlace sin apartarse ni un instante del asunto. Un total disparate. Lo genial sería iniciar el texto con una cita de Dylan Thomas escrita al revés (o sea que en vez de Dylan Thomas, diga Samoht Nalyd). Ello daría la impresión de que sabe usted ruso o que es un entendido en hechicería celta o vudú. Hasta allí la obra va bien, pero aún le falta vuelo para ser excepcional, por eso le recomiendo que intente usted viajar en avión mientras la escribe o que, si no puede usar este recurso por falta de recursos (o de un familiar en el extranjero que lo reclame) al menos empine un papalote o haga coheticos de papel, o cualquier tipo de figuritas de origami, por lo menos mil (con hojas de libreta) y si al pasar de las 500 se pregunta qué tiene eso  que ver con la literatura, no se angustie, no tiene nada que ver, yo también me he preguntado lo mismo un millón de veces.
Luego del exergo, puede colocar cualquier cosa ¡óigalo bien! cualquier cosa menos el cuento. Si me lo permite, podría sugerirle que busque antes inspiración en un vertedero o en un tibor con meado. Sólo así entenderá por qué la mayoría de mis ficciones comienzan con un recorte de la prensa, usualmente de las noticias nacionales. Pero no sea poco original, fórmese su propia sensibilidad, quién sabe si tenemos en usted a un cantor de la sección de artículos sobre economía o cuestiones internacionales.
Ahora creerá usted estar al fin listo para escribir su cuento, pero no es cierto, no lo está. Sin embargo debe hacerlo. A ver, comencemos. Dibuje una raya horizontal en el papel, luego escúpase diez veces en la palma de su mano derecha, ¿ya?, ¡no me replique y haga lo que le digo!, muy bien, así me gusta, buen chico. Corra diez kilómetros mientras canta el Himno Olímpico. Trace luego otra raya que se corte de forma perpendicular con la anterior, tome el papel y quémelo. Piense serenamente en Schopenhauer y, mientras, construya un plan macabro para acabar con el mundo. Ya está. El siguiente paso consiste en que se crea usted Superman y se tire de un décimo piso. Pero no nos apresuremos, apenas está dando los primeros pasos en su carrera de escritor. Le puedo garantizar que si sobrevive esta etapa del entrenamiento, eso no sólo significaría que tiene talento, sino que es un elegido, tal vez inmortal, o quizás un profeta. Entonces le resultará más factible abandonar la literatura y dedicarse a la predicación. De lo contrario, o sea si muere, puede recomenzar  el ejercicio volviendo a seguir estrictamente mis indicaciones.
En caso de que sea usted un gato excepcional y no uno cualquiera (o sea que tenga mucho más que siete vidas), podrá preocuparse por el acabado de su obra. Pero antes resulta indispensable que escuche por lo menos 1 millón 748 veces la Sinfonía Inacabada de Franz Schubert, cuya partitura original deberá robar para luego concluirla. Le aseguro que se trata de una tarea mucho menos difícil de lo que piensa, comparada con la complejidad y el virtuosismo de mi versión rapera de la obra de Palestrina. Sobre todo porque la osadía me valió un atentado con explosivos por parte de miembros del grupo Hamas, quienes la interpretaron equivocadamente  como una burla al Himno de Palestina. 
Luego de concluir exitosamente la Sinfonía Inacabada de Schubert, disfrutará de un prestigio enorme, además de amasar millones de dólares y ser considerado el mayor genio desde Richard Wagner. Con todo ese triunfo, lo más seguro es que usted pierda el interés por la literatura y se dedique a tener amantes o al submarinismo. Mandará al diablo mis clases de escritura y, balanceando una pipa aristocrática, me calificará de corruptor de la juventud, haciéndome luego beber cicuta. 
En caso de que sea usted Superman, gato excepcional, genio de la música y millonario (además de defensor del plancton marino, cazador de brujas y ladrón de tumbas), sin dudas será tantas cosas que ya nadie dudará de su verdadera idiotez curricular. Por ello no resultaría inverosímil que luego de ordenar mi muerte y lanzarme a los tiburones o a los monos del zoológico, aún necesitara usted de mis servicios como tutor literario. Sin embargo para ese entonces no sólo habré bebido el veneno de Sócrates, sino que estaré descansando en las barrigas de una manada de tiburones blancos. Pero no se desanime, lo único que debe hacer es contratar una tribu de pescadores maoríes que rastreen los trozos de mi cuerpo y luego lo armen, el siguiente paso consiste en resucitarme, lo cual es sencillo. Sólo tiene que leerse 1 millón 748 veces la novela Resurrección de León Tolstoi, ¿y después?, bueno usted sabrá. Un simple maestro de literatura como yo no entiende nada de eso.
Coincidirá conmigo en que la carrera de escritor es difícil, más aún si se quiere evitar ser provinciano. En consonancia usted deberá contactarme a través de un médium, lo cual haría que sus textos no sólo no sean de provincia, sino que ni siquiera provengan de este mundo. A esas alturas de su preparación le aseguro que se encontrará a un simple paso de  realizarse profesionalmente. Sin embargo aún no habrá escrito nada.

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