Hace
unos meses que no nos vemos, y la última vez que te hice el amor fue una hora
confusa mezcla de sexo y ahogo. Aún recuerdo la tarde en el parque, cuando
dijiste “hasta aquí” y te llevé al camión, despedí tu perfume y la piel que aún
acaricio con el pensamiento. A cada rato escribes, preguntas por el blog, dices
que no tienes internet.
Bueno,
quisiera hacerme el duro, decir “no eres la única” o “aquello ya pasó”, pero no
se manda en el deseo como se domina la mente. El deseo es potro que suelta
amarras y sólo calma al beber del agua fresca. Creo que te quiero, no sé bien.
¡Me parezco tan poco al hombre de las revistas! Con 26 años aparento un niño de
quince o diecisiete. Y a veces hasta sorprendo en los gallos de mi voz el
galimatías de quien juega al trencito plástico.
Es el
deseo ahora en mi cerebro que te llama y posee a distancia, como aquel poema
que compuse mentalmente, cuando subyugaba aquellos ahogos tuyos tan eróticos,
tan misteriosos. Por las estatuas de piedra que son como carne, en nombre de
los tendones tersos y las pieles más perfectas jamás creadas. Aspiro a hollar
tu belleza griega, aunque a distancia declares que dentro de ti fui una bestia,
un fuego doliente; porque esos ardores sembraron igual tu deseo. Hasta que
hagamos posible la fusión de las almas, ten este pedazo de la mía. Tuyo.
Un hombre que no fue el de la revistas
Hermoso, hermoso como pocas cosas que he leído recientemente. Nunca superará el poema del diablo desnudo que sigue guardado en mi billetera, pero está estremecedor. Beso y un TQ.
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