Soy una voz crítica,
uno que a veces siente que predica en el desierto, que siembra en el mar de la
inconstancia. Cuando ya se fue el año
2014, pienso en el tiempo que llevo dentro del periodismo cubano, sus
posibilidades y su cojera. Soy una voz, una voz crítica, qué otra cosa hago
sino evaluarme y evaluar a otros.
Mi generación de
periodistas tuvo el raro privilegio de graduarse en una era llamada a grandes
cambios. Una nebulosa a través de la
cual caminamos sin saber dónde pisamos y adónde vamos. Cuando tuve mi
título profesional se hablaba de variar los contenidos de la prensa, de
investigaciones sobre el mal estilo de la misma y sobre su peor tratamiento de
la polémica social. Algunos breves atisbos como el programa de radio “Alta
tensión” de la emisora provincial de Villa Clara, se colocaban en el puesto de
adalides. Pero al cabo no todo es cuestión de voluntades periodísticas y
talento.
Sería un absurdo
pensar que en el país no ha surgido un cerebro como el del reportero Abel
Falcón, multipremiado y tenido como único valladar del buen ejercicio. Dicho
sostén además de falso, encubre problemas reales que tienen su fundamento en
las relaciones de la prensa cubana con los órganos de poder. Pedir de boca no
transformará nuestro periodismo, se requiere de facto sostener el poder
mediático. O sea legalmente.
La Constitución
dicta que los dueños y usuarios de los medios de prensa son los ciudadanos
cubanos, no se habla de otra entidad. Sería la sociedad civil, organizada en
grupos legítimos por sí mismos, la que determinaría los contenidos, el estilo,
su publicación mediante determinados formatos y en una periodicidad. La ley de
leyes no se equivoca: si los medios tuvieran dependencia directa del pueblo y
no del aparato burocrático, no habría conflictos entre la realidad mediática y
la realidad real.
El aparato
burocrático se puso en el sitio del pueblo, se apropió de la fiscalización de
contenidos y de la periodicidad de los mismos. Le imprimió el estilo monótono
de los decretos y el lenguaje gastado de las frases triunfalistas. Hallamos en
nuestros titulares los siguientes lugares comunes: cumplir y vencer, conquistar
el futuro, rendir tributo, tareas mancomunadas, colectivo victorioso, metas
cumplidas, abundantes cosechas; y otras abundancias carentes de estilo y sema. Me
pregunto qué sonido, qué color, qué motivos de vida tendría la prensa cubana si
respondiese al pueblo.
No hay otro camino
para la mejora de nuestro periodismo que hacerlo de carácter público, o sea que
su agenda la decidan los públicos mediante constante consulta. Como formas de
poder, la radio, el periódico y la televisión resultan demasiado decisivos y su
uso efectivo impulsaría mucho de lo que ahora es inmóvil.
¿Quieren un cambio
real y popular en la vida cotidiana? Hagámoslo dentro de la prensa. Que la
censura sea un pecado y no la virtud que muchos burócratas premian.
Porque he
comprobado que los festivales de la radio y la televisión, así como los reconocimientos
de la prensa escrita, se dirigen hacia figuras de un periodismo envejecido,
pacato, cuyo aporte a la movilidad social es nulo. Un periodismo de efemérides,
un periodismo amarillo que versa sobre lagartijas de seis patas, que no pasa de
la mera curiosidad. Un periodismo cuyos premios a veces están previamente
cantados mediante rejuegos poco limpios.
El mejor periodismo
cubano no es el que se premia, sino el que se requiere, pero no se permite.
La censura es una
mala palabra que como muchas malas palabras se vuelve habitual, y ya se mienta
y se practica con automatismo. Sin escándalos y con resignación. De la
resignación, de la reverencia, del silencio y lo cosmético no saldrá jamás
periodismo. Habrá premios y premiados, pero no periodistas.
“Alta tensión”
sobrevive como una de las formas de democracia popular que cada sábado se
trasmite a las cuatro de la tarde en una emisora de alcance limitado. Ejercicio
que también tiene sus cojeras, pero que supera en mucho a la “Mesa redonda” o
cualquier programa de la TV o la radio nacionales. ¿Hay más talento en
provincia que en la capital, hay acaso mayor voluntad? Pudiera ser, pero me
parece improbable.
¿Es un cambio de
set o el maquillaje o el tiro de cámara lo que varía el periodismo del
Noticiero estelar de la televisión? ¿De veras la revista “Haciendo radio” es la
mejor del país al punto de volverse inigualable? Los premios y el control
burocrático de las jerarquías mediáticas determinan también qué espacios y qué
estilo, qué periodistas y cuándo y de qué forma.
Necesitamos una
prensa real, fiscalizada por los públicos, del pueblo y para el pueblo. Una
prensa sin compromisos extras, sin controles absolutos y secretos, cuya máxima
sea la verdad aunque duela esa verdad. Queremos una prensa que no tema y actúe
por sí misma, sin esperar autorización. Una agenda que no recuerde más esa
coletilla estatizante de los tiempos del socialismo real (TASS está autorizada
a…).
Necesitamos de
hecho una prensa, no un papel, una radio, no un sonido, una televisión, no una
imagen. Y cuando tengamos ese periodismo todo sonará, se leerá y se verá con
mayor claridad y no habrá mecanismos que fallen, ni burócratas que farfullen.
Me gusta mucho este artìculo por su nivel de sinceridad y desenfreno.Gracias.
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