14 ene 2015

Queremos una prensa de verdad


Soy una voz crítica, uno que a veces siente que predica en el desierto, que siembra en el mar de la inconstancia.  Cuando ya se fue el año 2014, pienso en el tiempo que llevo dentro del periodismo cubano, sus posibilidades y su cojera. Soy una voz, una voz crítica, qué otra cosa hago sino evaluarme y evaluar a otros.
Mi generación de periodistas tuvo el raro privilegio de graduarse en una era llamada a grandes cambios. Una nebulosa a través de la  cual caminamos sin saber dónde pisamos y adónde vamos. Cuando tuve mi título profesional se hablaba de variar los contenidos de la prensa, de investigaciones sobre el mal estilo de la misma y sobre su peor tratamiento de la polémica social. Algunos breves atisbos como el programa de radio “Alta tensión” de la emisora provincial de Villa Clara, se colocaban en el puesto de adalides. Pero al cabo no todo es cuestión de voluntades periodísticas y talento.
Sería un absurdo pensar que en el país no ha surgido un cerebro como el del reportero Abel Falcón, multipremiado y tenido como único valladar del buen ejercicio. Dicho sostén además de falso, encubre problemas reales que tienen su fundamento en las relaciones de la prensa cubana con los órganos de poder. Pedir de boca no transformará nuestro periodismo, se requiere de facto sostener el poder mediático. O sea legalmente.
La Constitución dicta que los dueños y usuarios de los medios de prensa son los ciudadanos cubanos, no se habla de otra entidad. Sería la sociedad civil, organizada en grupos legítimos por sí mismos, la que determinaría los contenidos, el estilo, su publicación mediante determinados formatos y en una periodicidad. La ley de leyes no se equivoca: si los medios tuvieran dependencia directa del pueblo y no del aparato burocrático, no habría conflictos entre la realidad mediática y la realidad real.
El aparato burocrático se puso en el sitio del pueblo, se apropió de la fiscalización de contenidos y de la periodicidad de los mismos. Le imprimió el estilo monótono de los decretos y el lenguaje gastado de las frases triunfalistas. Hallamos en nuestros titulares los siguientes lugares comunes: cumplir y vencer, conquistar el futuro, rendir tributo, tareas mancomunadas, colectivo victorioso, metas cumplidas, abundantes cosechas; y otras abundancias carentes de estilo y sema. Me pregunto qué sonido, qué color, qué motivos de vida tendría la prensa cubana si respondiese al pueblo.
No hay otro camino para la mejora de nuestro periodismo que hacerlo de carácter público, o sea que su agenda la decidan los públicos mediante constante consulta. Como formas de poder, la radio, el periódico y la televisión resultan demasiado decisivos y su uso efectivo impulsaría mucho de lo que ahora es inmóvil.
¿Quieren un cambio real y popular en la vida cotidiana? Hagámoslo dentro de la prensa. Que la censura sea un pecado y no la virtud que muchos burócratas premian.
Porque he comprobado que los festivales de la radio y la televisión, así como los reconocimientos de la prensa escrita, se dirigen hacia figuras de un periodismo envejecido, pacato, cuyo aporte a la movilidad social es nulo. Un periodismo de efemérides, un periodismo amarillo que versa sobre lagartijas de seis patas, que no pasa de la mera curiosidad. Un periodismo cuyos premios a veces están previamente cantados mediante rejuegos poco limpios.
El mejor periodismo cubano no es el que se premia, sino el que se requiere, pero no se permite.
La censura es una mala palabra que como muchas malas palabras se vuelve habitual, y ya se mienta y se practica con automatismo. Sin escándalos y con resignación. De la resignación, de la reverencia, del silencio y lo cosmético no saldrá jamás periodismo. Habrá premios y premiados, pero no periodistas.
“Alta tensión” sobrevive como una de las formas de democracia popular que cada sábado se trasmite a las cuatro de la tarde en una emisora de alcance limitado. Ejercicio que también tiene sus cojeras, pero que supera en mucho a la “Mesa redonda” o cualquier programa de la TV o la radio nacionales. ¿Hay más talento en provincia que en la capital, hay acaso mayor voluntad? Pudiera ser, pero me parece improbable.
¿Es un cambio de set o el maquillaje o el tiro de cámara lo que varía el periodismo del Noticiero estelar de la televisión? ¿De veras la revista “Haciendo radio” es la mejor del país al punto de volverse inigualable? Los premios y el control burocrático de las jerarquías mediáticas determinan también qué espacios y qué estilo, qué periodistas y cuándo y de qué forma.
Necesitamos una prensa real, fiscalizada por los públicos, del pueblo y para el pueblo. Una prensa sin compromisos extras, sin controles absolutos y secretos, cuya máxima sea la verdad aunque duela esa verdad. Queremos una prensa que no tema y actúe por sí misma, sin esperar autorización. Una agenda que no recuerde más esa coletilla estatizante de los tiempos del socialismo real (TASS está autorizada a…).
Necesitamos de hecho una prensa, no un papel, una radio, no un sonido, una televisión, no una imagen. Y cuando tengamos ese periodismo todo sonará, se leerá y se verá con mayor claridad y no habrá mecanismos que fallen, ni burócratas que farfullen.

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