Escucha en este enlace el documental "A las puertas de lo insólito" sobre la vida de Fidel Galván Ramírez |
No fue una partida, más bien una
llegada. No salió de este mundo, sino que entró al universo de la eterna
sonrisa. El niño nos mira desde el escenario, junto a sus muñecos, bromea y
hasta vemos cómo guiña un ojo. Lo acompañan Tin el Sabio, Raulín, Tina y Fina
las vecinas que hablan sobre la fantasía como algo posible. El Gato simple,
siempre amigo del pícaro ratón, nos señala una estrella que rutila sobre las
dos iglesias de San Juan de los Remedios, la luz sube hasta el Tesico y se
vuelve amor.
Fidel y su fidelidad al arte, Galván
y su galvánica energía para tornar inolvidable lo olvidado. El Maestro (o el
niño) se sitúa en la floresta de los símbolos de que hablara Beaudelaire, en
ese Parnaso de los sabios locos de encanto, donde yace la poesía como oro de
dioses. Aún durante mucho tiempo obrará su mística sobre el cielo de Remedios.
Tendrá la noche que competir con la risa que el niño esparce desde el retablo
de muñecos.
Entonces habrá esa luz en los ojos de
tantas generaciones que oyeron la música de los viejos titiriteros de feria, a
la sombra de un Fidel que creció hasta nublar el horizonte del teatro para
niños en Cuba. Su misterio, tan simple como profundo, consiste en una pizca de
polvo de asombro con mucha ternura. Los personajes, tan ciertos como
increíbles, podrían toparnos en cualquier calle de este u otros mundos.
No salió, entró, no descansa, vive.
Está sentado ahora mismo en la luneta de la primera fila. Podemos verlo con su
barba larga y cuidada o quizás mucho más joven, un niño que aún sueña con la
actuación. Un Maestro que aprende de cada destello y describe en la lluvia el
tintineo de las verdades menos ocultas y más difíciles.
Como toda obra de gran poeta, sus
letras se extienden en la estera del tiempo hasta volverse inconclusas.
Remedios no llora a un hijo, no hay lágrimas en la risa de tantos rostros. Las
sombras pierden lugar porque el artista sobrepasa al hombre. El telón jamás cae
cuando el aplauso es incesante, merecido, inevitable.
Seguirá allí, en esos niños que ya
son viejos y serán siempre niños. En aquellos que acaban de nacer, en los que
están por llegar. Fidel Galván pasa sobre los tejados de Remedios envuelto en
luces y músicas de retablos medievales, llegará para alegrarnos en las fiestas
de San Juan y las parrandas. Quizás durante otros quinientos años. La gente
será simple y brillante como el Gato, inocente y despierta.
Esta vez el telón no caerá, las luces
están encendidas, el público sigue de pie. Será que al fin se entiende que los
poetas tienen un alma lumínica, que jamás fenece incluso bajo el olvido y el
vituperio. Pero Galván cuenta con el amor de todos y más aún: él mismo es amor.
Lo acompañan de un lado su Rabindranth Tagore y del otro José Martí. A sus
espaldas hay una luz demasiado intensa como para nombrarla.
No salió, lo vemos entrar, camina
hacia la floresta de los poetas. Alguien menciona la palabra genio, otros
murmuran frases entre ruidos de escenario. Las luces nos ciegan y apenas lo
vemos cuando su risa se oye más alto, allá, en lo alto del universo, donde
otras risas lo reciben.
El telón sigue sin caer, la obra
continúa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Prohibido abandonar el blog sin comentar